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Mujeres movilizadas

El 8 de marzo busca levantar a las mujeres para que luchen por sus derechos desde sus convicciones.

/ 10 de marzo de 2017 / 05:42

El 8 de marzo es el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Parece innecesario repetirlo, pero con el tiempo se ha perdido esa última palabra y ha sido banalizada la lucha feminista, en un intento de adormecerla con rosas y chocolates, convenientemente lejos de los espacios de poder y protesta.

Sin embargo, este año el 8 de marzo fue motivo del Paro Internacional de Mujeres en el cual 55 países tomaron parte, siendo Ni Una Menos Bolivia parte de la unión.  Este último mes se estuvieron generando alianzas para combatir el sistema Patriarcal y Capitalista desde el respeto a la diversidad y la clara convicción de que la lucha es por y para todas.

El Paro de Mujeres comenzó al mediodía en la Plaza del Estudiante, al que poco a poco se fueron sumando más mujeres. Se usaron simbólicamente cacerolas y cucharas para representar una realidad que ha sido menospreciada: no hay ninguna mujer que no sea trabajadora. Esto no implica que se desconozca la doble o incluso triple opresión que experimentan muchas mujeres con la doble jornada (trabajo formal, el doméstico y de cuidado no remunerado).  Lo interesante de esta actividad es que fue sincronizada con una gran cantidad de países, en la cual “se hizo ruido internacional” en solidaridad con todas las mujeres del mundo.

Seguido de esto, se realizó una marcha que partió de la Plaza San Francisco hasta la Plaza del Bicentenario, en la cual se pudo ver a diferentes compañeras que con sus expresiones artísticas denunciaban la realidad de las mujeres bolivianas.

Muchas mujeres en los últimos meses han tenido la sensación de no sentirse representadas por algunos movimientos feministas, y estoy segura de que esta es la oportunidad perfecta para autoconvocarse por una lucha que sí las represente y por la que crean legítima levantarse. El 8 de marzo busca eso: levantar a las mujeres para que luchen por sus derechos desde sus convicciones.

Sin embargo, hay consignas claras para esta lucha: combatir la violencia sistémica en la que participa el capitalismo y el patriarcado y ni una menos por feminicidio y aborto clandestino.  Al ser todas las demandas igual de urgentes por estar entrelazadas en una cadena cotidiana de violencias sistémicas, demandamos al Estado que se declare Emergencia Nacional ante una media constante que se ha repetido los últimos años: una mujer  víctima de feminicidio cada tres días.

Es importante recalcar vehementemente que aunque la alianza entre los colectivos feministas nacionales e internacionales recién comienza, no habrá descanso en la protesta constante contra el Estado, instituciones y sociedad cómplice del sistema patriarcal. La Nueva Ola del Feminismo va a ser latinoamericana, y es por eso que ha comenzado un levantamiento mundial de las mujeres,  y Bolivia no va a ser la excepción.

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Yo soy pro vida

Yo soy pro vida porque defiendo las vidas de todas ‘las otras’ que deciden hacerse cargo de su cuerpo.

/ 29 de marzo de 2017 / 05:26

Dos mujeres asesinadas por aborto clandestino al día debería ser razón suficiente para considerar a quienes defienden los derechos de decidir sobre los cuerpos de las mujeres, y que apuestan por la vida. Sin embargo, existe un mito social impuesto que pone a grupos antiderechos en esa posición. Me parece entonces importante analizar por qué esas personas se oponen a los derechos civiles por excelencia.

Esas personas, casi siempre hombres en traje, arguyen en medios de comunicación, de manera categóricamente misógina, por qué se les debería negar a las mujeres decidir sobre sus cuerpos. Algunas también hablan porque ya ejercieron el derecho sobre su cuerpo en clínicas privadas y discretas, en las cuales pudieron abortar la vergüenza familiar en secreto. No es mi intención señalar con el dedo a quienes tomaron tal decisión ni cuestionar sus acciones, sino resaltar cómo la posibilidad de decidir sobre los cuerpos de las mujeres es en sí un derecho reservado solo para las más privilegiadas, y que constituye un problema de clase.

Quienes rechazan este derecho son los mismos que se niegan a reconocerles los derechos de identidad de género a otras ciudadanas porque consideran que su elección “no es natural”; y que en el pasado se indignaron y vociferaron en contra de las políticas de educación sexual y el uso de anticonceptivos entre los jóvenes y adolescentes.

Esas personas son también las que condenan a la miseria a “las otras” en situación de calle, aquellas que creen que dar chocolate caliente en Navidad es una acción reivindicatoria de justicia social. Son las que dicen indiscriminadamente en televisión y en redes sociales que “las otras” deben cerrar sus piernas, porque quienes viven una vida sexual placenteramente fuera de sus cánones son asesinadas socialmente.

Dejemos claro que, para los antiderechos, solo se considera persona a los hombres (limitadas veces también a las mujeres) heterosexuales, blancos, de clase privilegiada y con una determinada religión. Esas personas, aseguro firmemente, son las que asesinan cada día a “las otras” que no viven según sus normas morales. Una sociedad con estas características es una sociedad que asesina diaria y silenciosa a miles de “las otras” en la oscuridad de los consultorios clandestinos de aborto, y que lucra con nuestro derecho a decidir sobre nuestros cuerpos.

Sus deliberaciones apestan a doble moral e hipocresía asesina. Esas son las personas que dividen a la sociedad en “las otras” y “nosotras” (ejemplos a seguir, por supuesto). Por eso yo no soy solo pro decisión, sino también soy pro vida, porque defiendo las vidas de todas “las otras” que deciden responsablemente hacerse cargo de su cuerpo, porque no hay decisión más responsable que la de no traer al mundo a un ser no deseado, o al cual no se puede cuidar.

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