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Iniciativa tan mala que resulta increíble

Desde hace mucho, ha sido obvio para quien sigue la política sanitaria que los republicanos nunca diseñarían un reemplazo funcional para el Obamacare. Sin embargo, la iniciativa de ley que se dio a conocer esta semana es peor de lo que hasta los cínicos esperaban; es tan terrible que es casi surrealista. Y el proceso por el cual surgió dice mucho sobre el estado del Partido Republicano.

Dada la retórica que han utilizado los republicanos en los últimos siete años para atacar la reforma sanitaria, se podría haber esperado que acabaran con la estructura completa de la Ley de atención asequible: que desregularan, quitaran los subsidios y permitieran que la magia del libre mercado hiciera lo suyo. Ello habría sido devastador para 20 millones de estadounidenses que lograron tener cobertura gracias a la Ley, pero, por lo menos, habría sido ideológicamente congruente.

No obstante, los dirigentes republicanos no estaban dispuestos a hacer de tripas corazón. En su lugar, se les ocurrió un revoltijo que los conservadores, con cierta justicia, están llamando Obamacare 2.0. Empero, una mejor designación sería Obamacare 0.5 porque es un plan a medio cocer que acepta la lógica y el esquema general de la Ley de atención asequible mientras que debilita catastróficamente a las disposiciones claves. Es casi seguro que si se promulga la iniciativa de ley, ello llevaría a un rápido incremento en las primas y al desplome en la cubertura. Lo cual hace que uno se pregunte: ¿para qué?

El Obamacare descansa en tres pilares principales. Se regula a las aseguradoras, se evita que nieguen la cobertura o cobren precios más altos a los estadounidenses que tienen condiciones preexistentes. Las familias reciben subsidios vinculados tanto al ingreso como a las primas para ayudarlas a comprar el seguro. Y hay una sanción para quienes no lo compren, para inducir a las personas a inscribirse aun si hoy están sanas.

Con el Trumpcare —la Casa Blanca insiste en que no lo llamemos así, lo que significa que debemos hacerlo—, se preserva cierta versión de los tres elementos, pero en una forma drásticamente debilitada y es probable que en forma fatal.

Todavía se prohíbe que las aseguradoras excluyan a los enfermos, pero se les permite cobrarles a los estadounidenses ancianos —que son quienes lo necesitan más— primas mucho más elevadas.

Todavía están ahí los subsidios, en la forma de créditos fiscales, pero ya no están vinculados ni al ingreso (siempre que sea de menos de 75,000 dólares) ni al costo del seguro.

Y el impuesto sobre quienes no se inscriban se convierte en un cargo adicional reducido —que pagan las aseguradoras, no la población—, sobre las personas que lo hacen cuando previamente dejaron vencer la cobertura.

Es posible que los jóvenes acaudalados terminen ahorrando algo de dinero como resultado de estos cambios. Sin embargo, el efecto sobre quienes son mayores y menos adinerados sería devastador. La AARP ya hizo el cálculo: una persona de 55 años que gana 25.000 dólares al año terminaría pagando 3.600 dólares anuales más por la cobertura; misma que aumenta a 8.400 dólares para una de 64 años que gana 15.000 dólares al año. Y eso es antes del rápido incremento del precio.

La combinación del aumento del precio y menores sanciones llevaría a que muchos estadounidenses sanos se abstengan del seguro. Esto empeoraría al conjunto de los riesgos, causando que las primas suban drásticamente; y hay que recordar que los subsidios ya no se ajustarían para compensarlo. El resultado sería que todavía más personas no compraran seguro. Los republicanos han estado diciendo que el Obamacare se está colapsando, lo que no es cierto. Aunque, el Trumpcare, si se implementa, se colapsaría en un minuto de Mar-a-Lago.

¿Cómo es posible que los republicanos de la Cámara de Representantes bajo el liderazgo de Paul Ryan, quien es, según los medios nos siguen asegurando, listo, un estudioso serio de la política, haya producido semejante monstruosidad? Dos razones.

Primera, la capacidad del Partido Republicano para formular políticas y analizar se ha degradado al punto de la futilidad. Hay conservadores que son verdaderos expertos en política, pero el Partido no los quiere, quizá, porque su competencia los hace ideológicamente poco fiables —una proposición que se ejemplifica con la premura para aprobar esta iniciativa de ley antes de que la apartidista Oficina del Presupuesto del Congreso pueda calcular sus costos, tanto como sus efectos—. Básicamente, los hechos y un análisis serio son los enemigos modernos de la derecha; la política se les deja a los politiquillos que ni siquiera pueden hacer bien las cosas más simples.

Segunda, pareciera que a los republicanos los anularon sus ansias del Robin Hood inverso. No puedes hacer que funcione algo como el Obamacare sin darles a las familias de bajos ingresos el apoyo suficiente para que el seguro sea asequible. A pesar de ello, el Partido Republicano moderno siempre quiere consolar al que está cómodo y atribular al afligido; así es que, con la iniciativa de ley, se termina por desechar los impuestos a los ricos, los que ayudan a pagar los subsidios, y los redirige hacia quienes no los necesitan, alejándolos de quienes sí los necesitan.

Dado el chiste de mal gusto que es el plan sanitario, se podría preguntar qué paso con todas esas proclamas de que el Obamacare era terrible, un sistema nada bueno que los republicanos reemplazarían inmediatamente con algo muchísimo mejor, por no hablar de las promesas de Donald Trump de un “seguro para todos” y “gran atención de la salud”.

Sin embargo, la respuesta, claro, es que todos estuvieron mintiendo, todo el tiempo; y lo siguen haciendo. Al menos en esto, la unidad republicana permanece impresionantemente intacta.