Las democracias hegemónicas
‘Sobre las aparien-cias de una victoria de la democracia, fue la ley del mercado que se impuso’.
Si Alemania, China o EEUU son motores rectores de la economía planetaria gracias a sus innovaciones tecnológicas y a su poderío industrial, Francia fue y continúa siendo crisol del pensamiento político y del análisis sociológico del acontecer social. En ese horizonte se inscribe el nuevo libro de Alain Rouquié que bajo el título Le siècle de Perón (El siglo de Perón) – Ed Seuil, 2017, estudia la irrupción de las democracias hegemónicas en general y en América Latina en particular, diseccionando “esa forma singular de gobierno, a la vez autocrática y representativa” en que las consultas electorales han desembocado a ser el rol inicial de las dictaduras.
En 406 páginas, Rouquié repasa la historia contemporánea de Argentina, desde 1945, cuando aparece en la escena política el robusto coronel Juan Domingo Perón que habría de marcar su huella, incluso después de muerto, hasta nuestros días. Su relato es un registro minucioso, meticuloso, de los aciertos y errores de los presidentes que pasaron desde entonces por la Casa Rosada. El autor se detiene muchas veces en la pequeña historia de los protagonistas lo que condimenta el rutinario itinerario histórico del país. Sostiene que el peronismo sobrevivió a su inspirador a través de múltiples facetas, a veces divergentes, que por ejemplo —en política externa— van desde el amor “carnal” de Carlos Menem (1989-1999) con Washington, hasta el abierto desafío de Cristina Fernández de Kirchner (2007-2015) al imperio estadounidense. Paralelamente, los vaivenes de la ejecutoria peronista reflejan los logros del ministro Domingo Cavallo (2000) frente al descalabro financiero ocurrido en ese periodo hasta el famoso affaire de los bonos que arrastró Argentina, hasta el arribo de Mauricio Macri al gobierno (2015) que apagó el incendio.
Sin embargo, Rouquié anota que el peronismo como modelo de control del poder rebasa no solo el ámbito latinoamericano tan familiar con el caudillismo, sino que atraviesa el Atlántico para llegar a puntos tan alejados como Tailandia. Las características primordiales de esas “democracias hegemónicas” o como describía Max Weber, la “dominación carismática”, sería una “autocracia como poder personal que actúa sin control alguno, que no está limitada por ningún contrapoder”. O sea donde el plebiscito “no es un voto, si no el reconocimiento de un pretendiente a soberano carismático, personalmente calificado”. Rouquié afirma que esas circunstancias se dan cuando impera una creciente pobreza, la concentración de la riqueza o la imprevisibilidad política y para ello cita tres ejemplos: la “década infame” argentina, el caracazo venezolano o las “guerras del agua” bolivianas. Esos elementos constituyeron “terrenos favorables para la aparición-elección de un salvador civil o militar”.
Ese retrato coincide con los liderazgos de Rafael Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia y Daniel Ortega en Nicaragua, pero el paradigma sería el venezolano Hugo Chávez quien, también militar (tal cual Perón) reta a EEUU, como medio siglo antes, lo hiciera J.D. Perón en el epílogo de la Segunda Guerra Mundial, cuando sucedieron las escaramuzas con el aguerrido embajador estadounidense Spruille Braden (1945).
La conclusión principal de Rouquié es que mientras se creyó que el fin de la historia había llegado, “sobre las apariencias de una victoria de la democracia, fue la ley del mercado que se impuso dando paso a las “democracias hegemónicas” que se difunden tentando quizá llegar a cubrir el vacío de la regresión democrática que experimenta Europa.
En esta época de liderazgos fuertes como Donald Trump en EEUU, Recep Tayyip Erdogan en Turquía o Vladimir Putin en Rusia, el autor admite que todos ellos fueron debidamente plebiscitados por sus pueblos, lo que me trae a la memoria aquella tesis sustentada por el expresidente dominicano Juan Bosh en su libro Dictadura con respaldo popular (1969) a la que me referiré en una próxima entrega.