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¿Para qué ha servido la OEA?

La Organización de Estados Americanos (OEA), con sede en el Distrito de Columbia (Estados Unidos), fue creada durante la Guerra Fría, a iniciativa de Washington, con el objeto de defender los principios y el régimen de poder del orden mundial de la pax americana. Esto es incontrovertible, más aun teniendo en cuenta los antecedentes del “panamericanismo” propuesto por Franklin Delano Roosevelt en la década de los 30. También sirvió para la defensa de las dictaduras latinoamericanas del siglo XX y la justificación de invasiones (Playa Girón, 1961; República Dominicana, 1965), e intervenciones, en abierta violación a su propia carta fundacional.

La OEA siguió la pauta de la potencia del norte y expulsó a Cuba de su seno. No hizo absolutamente nada ante la descarada invasión estadounidense de la pequeña isla de Granada en 1983, así como de Panamá en 1989. Tampoco se pronunció respecto a la dictadura Somocista o el patrocinio estadounidense del terrorismo de la contra nicaragüense. Nada hizo ante las masivas y reiteradas violaciones a los derechos humanos en Guatemala o El Salvador durante las guerras civiles en esos países. Tampoco jugó el papel que le correspondía durante la Guerra de las Malvinas en 1982. Es decir, la OEA se ha caracterizado por todo, menos por su utilidad para resolver conflictos, ampliar la democracia, promover la integración o dar muestras de imparcialidad política.

El punto de partida de la OEA fue el excepcionalismo estadounidense, aunque la larga historia de la doctrina del Destino Manifiesto había ya dejado en claro que Estados Unidos no se regía por el altruismo. Por eso, las decisiones inducidas de la OEA optaban por actuar simultáneamente en dos frentes: invocar la retórica de la democracia, la libertad y el desarrollo para explicar sus metas; mientras detrás se escondía el “interés nacional” de Estados Unidos que apoyaba sus tácticas. Tantos años de subordinación a los intereses nacionales estadounidenses ha tenido un alto precio en vidas perdidas y un costo político alto, pero también ha de tenerse en cuenta el desperdicio económico, el papel y la tinta que la representación de tantas delegaciones representa. Especialmente ahora, cuando iniciativas netamente latinoamericanas como la Celac, Unasur o el Alba convierten a la OEA en una organización obsoleta y redundante.

El derrumbe de la pax soviética y el surgimiento de la multipolaridad han dejado a la OEA mal parada como anacrónico reducto de la pax americana en declinación. De ahí que los tímidos esfuerzos realizados en pos de una tardía actualización, con la revocación de la suspensión de Cuba en 2009 y la suspensión de Honduras tras el golpe contra el presidente Manuel Zelaya ese mismo año, no hayan sido suficientes para infundir nueva vida a tan esclerótica organización. En la era Trump, las relaciones interamericanas transitan un curso incierto y minado de potenciales conflictos que una organización encabezada por Estados Unidos solo puede exacerbar. De ahí que tampoco vienen al caso ni son oportunos los pugilatos entre su Secretario General y Estados miembros como Venezuela. Una organización con un pasado oscuro, objetivos inciertos y dirigentes que se politizan cada vez más  está poco calificada para iluminar un camino de integración, solidaridad, paz regional y prosperidad. Bolivia debería retirarse.