Neopalenquismo
Históricamente los países de América Latina dieron luz a líderes políticos cuya cercanía con las clases populares resultó ser una vía muy potente para la politización de los marginados, en una región caracterizada por las profundas desigualdades sociales y los elevados niveles de pobreza. En ese sentido, se podría decir incluso que los liderazgos populares constituyen y constituyeron un producto natural de las condiciones históricas de la región. Sin embargo, como el carisma es escaso, las figuras emblemáticas también lo son.
En nuestro país la historia refiere como uno de los liderazgos populares más importantes del siglo XIX a Manuel Isidoro Belzu; y en el siglo XX se disputan ese lugar varias figuras políticas según el enfoque histórico del que se trate. Mas en lo que hace al fin de siglo, ese sitial corresponde indiscutiblemente a Carlos Palenque, cuyo liderazgo popular fue forjado por mecanismos adelantados para su tiempo. Adelantados porque esa figura descollante para los sectores populares no emergió dentro de los márgenes del campo político, sino que fue erigiéndose desde el espacio de los medios de comunicación social; es decir, desde el ámbito dialógico y longitudinal donde la relación cara a cara constituía una inevitable condición en aquellos tiempos en los cuales las redes sociales significaban otra cosa.
Esto edulcorado por una gran dosis de sensibilidad y empatía por parte del líder que aquellos estudiosos del palenquismo interpretan simplemente como “paternalismo”, dejando entrever a través de ello que dicho fenómeno necesitaba también ser estudiado por intelectuales más cercanos a lo popular y no solo por ilustrados (Archondo, Saravia y Sandoval), o interesados políticos de clase media (San Martín), cuya posición de clase tiende a traicionarlos. En este caso, el paternalismo atribuido a Palenque suprime su vinculación con los sectores populares forjada de modo más subjetivo, tanto que nunca pudo ser replicada.
De ahí también que en la memoria de la sociedad la figura de Palenque haya revivido recurrentemente, sobre todo en los años recientes; pues en esta realidad estructurada sobre la base de las oposiciones raciales el Compadre se establecía como una alternativa política más funcional al mestizaje. No sin reservas, los sectores conservadores reconocen hoy la importancia del líder a pesar de haber dirigido hacia él sus dardos racistas; como aquella fracción de la clase media que expresaba su típico rasgo ambivalente hacia una figura que era capaz de recordar el origen racial de los acomodados. Y si de caracteres raciales hablamos, q’aras que ninguneaban a Palenque imaginan en los tiempos actuales la posibilidad de que éste hubiera sido presidente con la misma ilusión con la cual mestizos e indígenas avizoraban en esa posibilidad, en su momento, el advenimiento del Jach’a Uru.
Por tanto, el legado de Palenque se amplió del lugar de donde se asentó. Por eso no extraña el relanzamiento de Conciencia de Patria (Condepa) a 20 años de su muerte. Pero esta Condepa revive sin guardar relación con la esencia de ese movimiento que emergió de la movilización de los sectores que hicieron cimbrar el sistema político con la misma fuerza con la que hicieron temblar el arco del Cementerio General a la muerte del líder. El escenario tampoco es el mismo, porque la polarización social en términos raciales era politizada por Palenque de modo más sutil, dándoles voz a los sin voz, denunciando en clave esencialmente moralizadora a los q’aras manka-gastos y jaira-jararankus, desde el bloque popular indígena y mestizo.
La Condepa revivida es, pues, la expresión de un neopalenquismo dependiente solo del culto al líder, acomodaticia en las condiciones actuales y de iniciativa por simple lazo parental.