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Carlos: ¿un revolucionario profesional?

El Palacio de Justicia de París, construido alrededor de la Santa Capilla (una bellísima joya eclesiástica del siglo XII), es un imponente conjunto de laberintos que comunican oficinas jurídicas, salas de audiencias, cubículos de seguridad y otros escondrijos. Aquel 13 de marzo de 2017, a las 9 de la mañana, un vozarrón anuncia “¡La Corte!”, y todos de pie vimos entrar enmanillado al venezolano Illich Ramírez Sánchez (67), quien bajo su nombre de guerra Carlos fue calificado como el “hombre más peligroso de todos los tiempos”. A través de un fanal de vidrios blindados, respondió sus generales de ley, y como oficio, se declaró “revolucionario profesional”. Siguió la aburrida lectura de la acusación acerca del lanzamiento de una granada a una farmacia en el bulevar Saint Germain de París, que causó dos muertos y 34 heridos, el 15 de septiembre de 1974.

Apodado el Chacal por sus detractores y considerado un héroe por los palestinos, cuya causa abrazó desde sus años mozos cuando en Jordania recibió entrenamiento militar, su vida fue tema de películas, documentales y novelas, incluyendo su propia autobiografía. Una contabilidad quizá exagerada le atribuye 2.000 muertos en una centena de atentados terroristas (1970-1980). El actual es el tercer juicio que confronta, habiendo sido sentenciado a perpetuidad en los dos anteriores (1997 y 2011). Su defensa está confiada a cuatro diestros penalistas, entre ellos, Isabelle Coutant Peyre, con quien contrajo matrimonio en 2001, al convertirse al islam. Francis Vuillemin es otro de sus defensores, cuya dialéctica legal puso en aprietos al alemán Hans-Joaquim Klein, un operador que junto a otros ayudaron a Carlos en el asalto a la sede de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) en Viena, donde se tomó como rehenes a los 11 ministros reunidos allí. Ahora Klein oficia como testigo —obviamente— digitado. Reunir pruebas por un hecho acaecido hace 43 años no es tarea fácil para la Fiscalía francesa, que se empeña en probar la culpabilidad del rebelde.

Las largas jornadas de este juicio, que concluirá el 31 de marzo, tienen algunos paréntesis de descanso. En la primera pausa, como observador, se me permitió excepcionalmente conversar con el acusado, en presencia de dos celosos policías, quienes nos exigieron dialogar solo en francés. No obstante, fue altamente interesante conocer los puntos de vista de Carlos sobre el actual embrollo en Medio Oriente, las analogías y diferencias en la lucha de los islamistas en el mismo escenario que Carlos frecuentó 40 años antes. También hablamos sobre la tozudez del sirio Bashar al Assad, recordamos a Hugo Chávez, al Muamar el Gadafi, llegamos al impredecible Donald Trump y al calvario venezolano bajo la presidencia de Maduro. Conocedor del África, se interesó en mi tesis Los Cubanos en Angola (1996), y rememoró a Agostino Neto, su primer presidente. Como agradecimiento a mi libro Las guerras, el sexo y la política (edición Harmattan, 2015), que le había hecho llegar, me obsequió (con elocuente dedicatoria), una estampa de una fotografía suya tomada en su celda de la prisión de Poissy, cárcel acondicionada entre los muros de un antiguo convento de las monjas ursulinas. Allí, con dos sentencias a cadena perpetua y la posibilidad de una tercera, pasará el resto de sus días, terco en su posición y sin un ápice de arrepentimiento por su agitada ejecutoria al servicio de la causa palestina.

En sus propias palabras, en interrogatorios registrados en 2013, asumía la responsabilidad operacional y política de las operaciones del Frente para la liberación de Palestina (FPLP) en Europa, afirmando “yo reivindico todos los heridos y los muertos. Soy un héroe de la resistencia palestina y soy el único sobreviviente de los cuadros profesionales en Europa, porque yo siempre disparaba primero (…)”.