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¿Seguimos siendo pobres?

Como un sorpresivo gancho al estómago nos llegó la muerte de Eva Quispe, una niña de 12 años que se murió de hambre. Y murió dejando al descubierto que, a pesar de la acelerada modernidad de los centros urbanos, los hábitos posmodernos y la estética new andean style, la Bolivia profunda con la que Felipe Quispe nos confrontaba hace 15 años todavía existe, y habita en las ciudades.

Y es que el hambre y la pobreza,  en nuestro imaginario, está reservado para las zonas rurales, allá lejos donde el Estado y los medios de comunicación masiva no llegan. Allí, cada año pueden morir muchas Evas de manera anónima y sin merecer titulares ni show mediático. Pero las profundas transformaciones que está viviendo el país también están cambiando el rostro de la pobreza. Lo especial de la muerte de la niña Quispe es que ocurre en la zona 25 de Julio del Distrito 8 de El Alto, a solo kilómetros del centro de poder del país.

Y es que en las ciudades la pobreza y el hambre se vive de manera distinta. En la urbe, el costo de la vivienda, que para los Quispe era de Bs 200 al mes, es crucial en la composición del presupuesto familiar. Los bajos salarios apenas alcanzan para el transporte y una magra alimentación. El joven Alan, de 19 años, aportaba el único sustento para una familia de ocho miembros. Se entiende por qué en ese hogar la educación y la salud eran un lujo imposible de costear.    

Eva paradójicamente se llama igual que la hija del Presidente. Y Eva era parte de la generación que estrena un país plurinacional, que goza de los derechos consagrados en nuestra nueva Constitución, y podía aspirar a los recursos producto de la recuperación de los hidrocarburos. Pero Eva forma parte de ese 16% de personas en extrema pobreza que ha quedado rezagado en las acciones redistributivas, y las que el Estado aún no logra alcanzar con sus políticas de inclusión social.

Y es que, 10 años después, ya no podemos seguir implementando las mismas políticas de redistribución. Para llegar a los más pobres, en primer lugar tenemos que sofisticar nuestros sistemas de información, aplicarlo con más frecuencia y con mayor desagregación, ya que los datos que existen no nos no sirven de mucho para hacer eficiente la inversión pública. En segundo término, debemos asumir que los bonos cumplieron su función y alcanzaron su techo como medidas redistributivas. Debemos entonces plantearnos políticas de segunda generación que actúen en los bolsones de pobreza que todavía no logramos remontar. Por último, si realmente queremos alcanzar el objetivo del pilar número uno de la agenda patriótica: “erradicar la pobreza extrema”, debemos tener un sistema que funcione de planificación concurrente entre los distintos niveles de Estado.

En el caso de la familia Quino falló el sistema de protección social de la Alcaldía y de la Gobernación. En el ámbito nacional fallaron los programas de vivienda social porque los Quino jamás cumplirían los requisitos para acceder a una. Falló también la comunidad educativa que no se percató de la extrema situación de los niños. Por último, falló el sistema de salud que, con su actual funcionamiento, presenta los peores indicadores de salud de América Latina. En síntesis, todo el sistema de protección social que se supone asegura nuestros derechos humanos como bolivianos fallaron.

Indiferencia y abandono es lo que vivía la familia Quino. En la desesperanza extrema, vivían resignados a morir de hambre. No pidieron ayuda porque todavía nos avergüenza ser pobres, y también por esos prejuicios sociales, a la familia Quino les fallamos todos.