¿En qué fallamos?
Las acciones de nuestros adolescentes son el resultado de la desorientación en la que vivimos.
Algo no está bien en la sociedad cuando una adolescente de 14 años ofrece como prueba de amor matar a uno de sus enamorados con el fin de complacer a quien ella ha elegido, para su mal, para su eterno pesar, para su desgracia. Algo o mucho está mal cuando en la revisión de mochilas en los colegios se encuentra marihuana y bebidas alcohólicas, cortaplumas y otras armas punzocortantes hechas para dañar, o un revólver de juguete quizás para asustar.
Tampoco está bien que los celulares tengan en su haber mensajes de amenazas, que niñas de 12 o 13 años envíen fotografías insinuantes a chicos de 18 o más años, y que utilicen palabras de telenovela cuando hablan de sus fantasías con el destinatario de sus arrebatos.
¿Qué está mal? ¿En qué hemos fallado? Son preguntas para todos, no solamente para los padres de esos chicos y chicas, no solo para los profesores de esos estudiantes. Son preguntas para toda la sociedad. La causa puede estar en habernos olvidado de ellos, en descuidar el ejemplo que les damos, en dejar de lado los valores que sostienen la sociedad, en confundir lo comprable con lo invalorable, en reemplazar la inteligencia por la viveza, en trastocar la honradez con la mojigatería. No es casual que los adolescentes actúen como lo hicieron, es el resultado de la desorientación en que vivimos, aturdidos acumulando bienes materiales a costa de avasallar cualquier principio esencial para la vida.
Paralelos a estos hechos donde los adolescentes fueron los “malhechores” están las historias recientes en las que ellos fueron las víctimas. En el primer trimestre de este año al menos 90 niñas, niños y adolescentes fueron violados por su padre o padrastro u otro adulto cercano a su entorno. El año pasado 34 niños y adolescentes murieron a golpes, flagelados por quienes tenían el deber de cuidarlos. Cifras que se repiten año tras año, según el reporte de las autoridades nacionales.
Hay que recordar que ellos son lo que somos, lo que queremos que sean. No es fácil ser adolescente o joven en una sociedad donde son vistos como gasto y no como la esencia para construir una sociedad mejor, más educada, más sana, más humana. Ellos necesitan de mayor dedicación por parte nuestra. Necesitan la paciencia y entrega del que moldea la arcilla, del que amasa el pan. Los niños, adolescentes y jóvenes necesitan mucho más que la rutina que les entregamos, muchísimo más que el desgano con el que les escuchamos contar sus historias. Nos necesitan para que con nuestro apoyo sean devueltos a un mundo hambriento de humanidad renovada y viva.