¿Museos y extensión de conocimiento?
Los museos debieran ser los puentes de ampliación del conocimiento emergente de la ciudadanía.
La historia nos relata el valor de los primeros museos, cuando la Iglesia y el Estado decidieron transformar palacios en museos (Francia). Fue recién en el siglo XX que además de las salas de exposición de las distintas artes se incorporaron en sus instalaciones el auditorio, los talleres pedagógicos y otros, para realizar nuevos ejercicios culturales y educativos.
En otros países, los museos han acogido grandes obras que también pertenecen a otras culturas. Lo particular es que todas son respetuosamente expuestas en bellos y equipados espacios acondicionados para tal efecto, los cuales son renovados por un Estado consciente de que lo cultural enriquece la vida del sujeto.
Y es justamente por ello que no faltan investigaciones museológicas que proponen transformaciones para generar en paralelo nuevas actividades dentro de estos recintos, como una forma de ampliar el mundo del conocimiento a la población, sin desmerecer el propio sentido cultural del museo. Asimismo habrá que recordar que toda exhibición es en sí misma un medio de comunicación, y puede ser tanto el escenario como un recurso de aprendizaje.
De igual manera el museo del siglo XXI ha comenzado a evolucionar en su concepción espacial y formal. Es cierto que el arte contemporáneo no deja de sorprender y para muchos esa es la sensación que hoy inspira a crear espacios monumentales (galerías de arte) que rompen todo principio de la sala tradicional. Una nueva dimensión de espacio expositivo que, además de causar impacto, parece consolidar el repensar sobre la nueva dirección del arte, como la estructura conceptual de la museología.
En cuanto a la extensión del conocimiento, desde siempre se ha propuesto la necesidad de estímulos externos, y para ello es preciso retomar la fuerza e importancia del carácter demostrativo que concibe la enseñanza, la cual aprecia la influencia que tiene en el educando lo que ve o escucha, para luego reflejar (desde la esfera emotiva) esa sensación, que construye el ingenio humano.
Pero, más allá de todo, el museo no solo es el espacio vinculado a la conservación del patrimonio, sino que también es rico en documentación e información, lo que significa que colabora al sujeto a construir imaginarios a partir de la cultura; otra manera de apoyar al conocimiento, pero dentro de principios cuya búsqueda no es el descubrimiento, sino la construcción de ideas.
Así, en algunos países se crearon programas basados puntualmente en la relación museo-conocimiento-público. Si bien los servicios educativos construidos a través de vínculos con y entre programas escolares forman parte de su plan educativo, ese sistema es desarrollado dentro de la visión de “experiencia interactiva”. En cambio, la enseñanza del adulto, al ser más complicada en su extensión, debiera ser concebida como un proceso de socialización del conocimiento mediante la experiencia interconectada.
Para nadie es desconocido que los museos se clasifican en contemplativos, informáticos-transmisores y didácticos. Y en ciudades como la nuestra encontramos varios de los primeros, pero la población —al no entender el valor o significado de lo que exponen— no los visita por sentirlos muy distantes.
Cabe preguntarse: ¿los museos no debieran ser los puentes de ampliación del conocimiento emergente de la ciudadanía?, ¿acaso no podrían ser concebidos como una estrategia de articulación entre el mundo de la cultura y la transmisión del conocimiento de forma interconectada?