Voces

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Se hace camino al hablar

/ 2 de abril de 2017 / 04:00

En México, cuando alguien dice “frontera” se refiere al norte. Durante décadas hemos perfeccionado un complejo de hermano menor, esperando recibir los favores de un poderoso primogénito. Cortejamos a Estados Unidos sin mirar al sur.

Pero ha habido tiempos diferentes. En su espléndida investigación Miradas australes. Propaganda, cabildeo y proyección de la Revolución Mexicana en el Río de la Plata 1919-1930, Pablo Yankelevich recrea la política exterior de Venustiano Carranza, destinada a mitigar la dependencia de Estados Unidos y utilizar la cultura como proselitismo. Amado Nervo fue enviado a Uruguay e Isidro Fabela a Argentina. A propósito de esta “diplomacia de las letras”, Leopoldo Lugones escribió: “Cuando dos repúblicas no tienen nada que intercambiarse, nada que comprar, nada que vender, lo mejor que pueden hacer es intercambiarse mutuamente poetas”. Y Augusto Bunge apostilló: “El Sr. Carranza rectifica a Platón, no desterrando a los poetas, sino enviándolos a representar a su República en las naciones hermanas”. Yankelevich estudia la participación de Alfonso Reyes, Enrique González Martínez y José Vasconcelos en este empeño.

Nervo murió en Montevideo en 1919. Durante seis meses, su cortejo fúnebre mostró la unidad del sentimentalismo latinoamericano. Los recitales en diversos puertos desembocaron en un apoteósico entierro en la Ciudad de México. Es difícil que un poeta vuelva a despertar tal fervor continental. Sin embargo, hubo otros momentos de excepción. Contrapuntos (Taurus, 2017), notable libro de entrevistas de Danubio Torres Fierro, recoge las palabras de la generación del boom y de algunos de sus precursores.

En 1974 Torres Fierro llegó a México desde Montevideo, donde había trabajado en Marcha. Se incorporó al Excélsior, que Julio Scherer había convertido en uno de los 10 mejores periódicos del mundo, y a la revista Plural, dirigida por Octavio Paz. Su empatía renovó un arte que en el siglo XVIII había dado lugar a dilatadas Enciclopedias de la Conversación. Alejandro Rossi describía así la destreza de Torres Fierro para entrar en confianza: “Le habla de tú al Papa”.
García Márquez le confió el esbozo de un libro sobre Fidel y su teoría sobre la noble función de la mala poesía y la mala música para convertir al arte a quienes solo después distinguirán una obra maestra. Paz, Fuentes y Vargas Llosa resumieron ante su grabadora sus visiones panorámicas de la política. En cambio, las hermanas Silvina y Victoria Ocampo se negaron incluso a que el curioso tomara apuntes y prefirieron escribirle inolvidables cartas (Victoria, Grande Dame de las letras argentinas, confesó sin el menor empacho de Albert Camus: “Él creía en mí como yo en él”).

Dos temas recorren el libro como ejes de una época: la Revolución cubana y el exilio. En ciertos casos (Cabrera Infante, Arenas, Sarduy), ambos asuntos se intersectan.

Toda reunión cosmopolita depende de la diversidad. Torres Fierro acude a voces de escritoras (Julieta Campos, Olga Orozco, Blanca Varela, entre otras), precursores de la España de la transición (Barral, Benet, Gil de Biedma) y comensales que suelen relegarse por pronunciar sus preferencias en portugués: ahí están Haroldo de Campos, Nélida Piñón y João Cabral de Melo Neto. Casi todos se definen como seres aislados, “aves raras”, irregulares que piensan a deshoras. Paz recuerda que los libros se escriben y leen en soledad, Puig reivindica el derecho a mentir sobre sí mismo, Bioy Casares advierte que habla de lo que no entiende. El resultado es una tertulia donde las discrepancias confirman la importancia de reunirse.

Contrapuntos recupera un raro periodo cívico. En tiempos de Trump, esta reciente historia de las mentalidades confirma la necesidad de discutir a América Latina desde la cultura. Sabemos, por Machado, que se hace camino al andar. También por él, sabemos que primero hay que hablar del tema.

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‘Los astrónomos están dormidos’

/ 22 de mayo de 2016 / 04:00

En el desierto de Atacama el poeta Raúl Zurita escribió con una excavadora un mensaje de tres kilómetros que no ha sido erosionado por el viento: “Ni pena ni miedo”. Un llamado a resistir en un paisaje de actividades extremas: la minería, la observación de los astros y la desaparición de cuerpos.

Desde el espacio exterior, la Tierra es una burbuja azul con una mancha arenosa: el desierto chileno. Estuve ahí para visitar el observatorio de Paranal, fundado por países europeos.  Las arenas evocan las rojas vastedades de Marte. A casi 3.000 metros de altura, las nubes son contenidas por la cordillera y el aire seco permite ver estrellas sin veladuras. Ahí, los telescopios registran destellos que provienen de hace 27.000 años luz, por mencionar una cifra escalofriante. No captan el presente del cosmos, sino su pasado: luz fósil.

La ascensión provoca un suave mareo; luego sobreviene la inquietud de estar en un sitio rigurosamente aparte, una estación interplanetaria o un set de ciencia ficción. En ese entorno que desafía la norma todo cumple un fin pragmático. Para visitar los telescopios hay que usar casco. En un cuento infantil, eso serviría para protegerse de una estrella fugaz; en la austera realidad, nos protegía de la caída de una tuerca.

Era de día y el gran protagonista —el cielo nocturno— estaba ausente. Y faltaba otra cosa: el componente humano. El paisaje resultaba tan ajeno como la elaborada ferretería de los telescopios. Se comprende la grandeza de un espejo de 8,2 metros de diámetro que capta objetos con una agudeza 4.000 millones de veces superior a la de alguien con buena vista, pero difícilmente establecemos un contacto emocional con tan desmesurado aparato o solo lo establecemos a través de la superstición, pensando que romper ese espejo traería siete años luz de mala suerte.

La información registrada por los telescopios tampoco dice mucho al visitante lego. En las computadoras no vibran vistosas supernovas ni cinturones de asteroides, sino gráficas y cifras inexpugnables.

En su espléndido documental Nostalgia de la luz, Patricio Guzmán encontró un sobrecogedor vínculo con lo humano en Atacama. Luego de alzar los ojos, los desvió a la tierra, donde están los huesos de numerosos desaparecidos durante la dictadura de Pinochet. Diseñado para descifrar misterios como la nube de gas que se dirige al hoyo negro en el centro de la Vía Láctea, el observatorio brinda otras lecciones. Guzmán reparó en la ambivalencia de una especie que comprende lo lejano y aniquila lo próximo.

Ante los enigmas de la razón, la literatura busca explicaciones emocionales. Escribe Octavio Paz: “El habla es un conjunto de seres vivos, movidos por ritmos semejantes a los que rigen a los astros y las plantas. La creencia en el poder de las palabras proclama el triunfo del pensamiento analógico frente al racional. La operación poética no es diversa del conjuro, el hechizo y otros procedimientos de la magia”.

Después de visitar los telescopios pasamos al hotel donde viven los astrónomos, enclavado en una roca. Bajo un tragaluz, crecen palmeras: un oasis con piscina, salas de juego, mecedoras. De una pared cuelga la foto de otro tipo de estrella, Daniel Craig, que en su calidad de James Bond filmó ahí Quantum of Solace.

En una mesa había ejemplares de El Mercurio y Der Spiegel. Pero nadie los leía; todo estaba desierto. “Los astrónomos están dormidos”, explicó nuestro guía, como si se refiriera a los hábitos de otra especie. Vimos las señales de “No molestar” en sus puertas y todo cobró otra dimensión. Aislados de los suyos, los científicos soñaban en 20 idiomas. Quienes no entendemos la silenciosa deriva de los astros, podemos emocionarnos con la noche a deshoras de quienes buscan descifrarla.

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Jesucristo es un ‘ready-made’

/ 17 de abril de 2016 / 04:30

La religión es el opio de los pueblos”. La frase de Marx se ha convertido en uno de los grafitis más repetidos de la historia. Su éxito comprueba la fuerza de lo que critica. Es difícil encontrar sociedades ajenas a la fe, la superstición o el consumo, forma moderna de la teología. Si algo define nuestra época es el uso religioso de lo que consideramos laico. Acabo de ver esa leyenda en Oaxaca. Las letras de espray habían sido trazadas sobre un muro antiguo, de cantera verde. En nombre de la razón, la pintura industrial teñía la piedra. El grafitero asumía una postura atea y al mismo tiempo revelaba una concepción sagrada de la escritura: el mensaje le parecía tan trascendente que podía escribirlo donde fuera.

Mientras la religión desaparece como tema de estudio en las escuelas, las sociedades abrazan idolatrías que van de la política del espectáculo a la técnica y el comercio. Dependemos de aparatos cuyo funcionamiento ignoramos y nos prestigiamos a través de marcas. Sacar a los mercaderes del templo es inútil, porque suyo es el reino. La aparición de un nuevo iPhone hace que los peregrinos duerman a las puertas de las capillas de Apple. ¿Las aplicaciones de la telefonía han sustituido a las señas de orientación del Espíritu Santo? Tiempos de supercherías y talismanes, supervisados por el lápiz óptico. Ante la absoluta supremacía de lo económico, Marx habló del fetichismo de la mercancía, cuya fuerza hipnótica es superior a la del opio. En esta fase sacralizada del capitalismo, donde el CEO de un corporativo es más importante que un presidente, el papa Francisco ha cobrado relevancia.

Mientras la economía se mistifica, la Iglesia atraviesa un inesperado proceso de “normalización”. Tiene un Pontífice jubilado y su sucesor lleva el nombre del patrono de los pobres, prepara su propia comida, carga su maletín y llega en Fiat a las reuniones donde los demás jefes de Estado llegan en limusina. Más allá de estos gestos (en un oficio donde todo es gesto), Francisco acerca la agenda vaticana a hábitos mundanos: el divorcio, la homosexualidad, la incorporación de mujeres a la jerarquía eclesiástica han dejado de ser temas tabú. Aún no hay resoluciones decisivas al respecto, pero lo que antes era anatema se discute en el sínodo de la familia.

¿Hasta dónde pueden secularizarse creencias ultraterrenas? Curiosamente, en la raíz misma del cristianismo hay una voluntad de asociar lo divino con lo cotidiano. Para Kierkegaard, la figura de Cristo despojó de aspecto sobrenatural a Dios al mostrar que un hombre puede serlo. Extendiendo la comparación, el filósofo ruso-alemán Boris Groys ha dicho: “Jesucristo es un ready-made”. La frase alude a Duchamp, quien logró algo similar en la estética. Al elegir un urinario como obra plástica “ya hecha”, sugirió que todo objeto puede ser arte.

Basado en el hombre común, el catolicismo se convirtió con los siglos en el imperio de los obispos enjoyados. Francisco busca volver a las palabras que Jesús les dijo a los pescadores. Pero lo hace en una época dominada por una religiosidad difusa, donde los creyentes más fervorosos están fuera del templo, abismados en la realidad virtual o los negocios, y ni siquiera saben que son creyentes.

A propósito de la corrupción de la banca vaticana, el Papa comentó: “Si no sabemos cuidar el dinero, que se ve, ¿cómo vamos a cuidar las almas de los fieles, que no se ven?”. Lo cierto es que el dinero se ve cada vez menos; aparece como crédito o inversión offshore en Panamá. La tecnología y el consumo han sacralizado lo profano. Del opio de los pueblos pasamos a la cocaína que, en vez de adormecer, provoca la ilusión de dominar la realidad.

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