Fútbol y nacionalismo revolucionario
La euforia del triunfo futbolero sirvió para recuperar los vestigios de una revolución inconclusa
Del fútbol boliviano se ha hablado demasiadas cosas. Pero, no así de la simbiosis entre el fútbol boliviano y el nacionalismo revolucionario (NR). Y, claro, aquí entra en juego la relación entre la pertenencia nacional y el sentimiento futbolero. O dicho en otras palabras, el fútbol sirve para reforzar los valores nacionalistas, o quizás para disimular, solapar o legitimar un orden político.
En 1963, la revolución nacional andaba “en su fase claudicante” (René Zavaleta dixit). Eran tiempos de su ocaso: los norteamericanos empezaban a tender sus tentáculos perversos sobre Bolivia con la anuencia de los gobiernos movimientistas, especialmente de Víctor Paz Estenssoro. La revolución nacionalista empezaba a marchitarse inexorablemente. El contenido revolucionario del NR se estaba vaciando. La corrupción era parte constitutiva de la mediación estatal.
Pero 1963 también fue el año de la épica del fútbol nacional, que consiguió salir campeón del torneo Sudamericano, organizado en territorio boliviano; un logro equiparable a la clasificación de Bolivia al Mundial de Estados Unidos de 1994. El historiador Pablo Quisbert dice “la victoria de la selección nacional fue elevada a la categoría de leyenda épica, e instrumentalizada y ampliamente aprovechada por el tercer gobierno de Víctor Paz Estenssoro, que a través de la prensa oficial y del documental fílmico Bolivia Invicta recalcó la obtención del campeonato, como una muestra palpable de lo que podría lograrse a partir de la ‘unidad’ de todos los bolivianos, a la vez que presentó a esta gesta futbolística”. Obvio, el fútbol tiene esa capacidad cohesionadora en torno a la nación. Como sabemos los bolivianos, solo esta disciplina deportiva y el mar logran unirnos.
Y claro, el nacionalismo de aquel momento de la conquista futbolera continental atravesaba un momento de declive. Había una desilusión bien marcada. Los hacedores de la revolución estaban sucumbiendo a las tentaciones del poder. Esos héroes, como si fueran castillos de naipes, se estaban desmoronando en el sentir nacional.
Como se acostumbra en estos casos, el poder necesitaba de nuevos héroes nacionalistas. Necesitaba desviar el desencanto por la revolución. Quizás por esta razón Víctor Agustín Ugarte, ícono de esos gladiadores de la selección boliviana, se erigía como héroe. A través de un documental, como analiza Pablo Quisbert, el gobierno de Víctor Paz Estenssoro resalta la procedencia humilde del maestro Ugarte (provenía de un pueblo), y lo proyecta en un ícono descollante de la selección boliviana; con el propósito último de perfilarlo como el “nuevo hombre” de aquella revolución, profundamente degastada en aquel momento.
Más allá del uso instrumentalizado y populista del poder movimientista, el campeonato de fútbol de 1963 sirvió, aunque momentáneamente, para tejer un ethos nacionalista, y así reconstituir la comunidad nacional mermada por el poder. Así, la euforia del triunfo futbolero operó simbólicamente para recuperar los vestigios derramados de una revolución inconclusa. Por aquellos días, el nacionalismo revolucionario oscilaba por la vertiente más conservadora. He ahí la paradoja. Quizás, la esencia popular del maestro Ugarte no cuajaba con aquellas pretensiones conservadoras que había adquirido la revolución nacional, pero rescataba ese viejo topo nacionalista, aunque simbólicamente, en torno al pueblo.
* es sociólogo.