Icono del sitio La Razón

Proteger la vida en serio

Con el debate del aborto nuevamente sobre la mesa no puedo dejar de meter mi cuchara en una discusión que nos afecta a todos como sociedad, sin importar desde qué vereda vemos el tema.

Desde el punto de vista legal, en Bolivia existe el aborto impune y la nueva disposición que se discute propone ampliar las causales: de aplicarse solamente en caso de violación o riesgo inminente a la salud, a poder ser aplicado cuando hay situaciones vitales y económicas que impidan a la persona hacerse cargo del niño que nacerá a consecuencia del embarazo no deseado. Es un cambio fundamental, pues por primera vez se toma en cuenta en la ecuación la situación psicológica y social de la mujer que, en un momento de su vida, no puede asumir la responsabilidad de ser madre. Y por primera vez también se entiende que el primer derecho de todo niño es nacer deseado. Se entiende que la única forma de defender a los niños del maltrato, la explotación, el desamor y la violencia es asegurarnos de que nazcan en un entorno donde no sean recibidos como un error, un castigo o una carga.

Desde el punto de vista religioso y moral, hay quienes sostienen que el aborto es igual a un asesinato y que la responsabilidad del Estado y de la sociedad es proteger a los débiles y defender sus derechos. A este discurso se lo llama genéricamente “defender la vida”. ¿Y no es también responsabilidad del Estado y de la sociedad proteger la vida de las miles de mujeres que mueren cada año como consecuencia de abortos clandestinos? ¿No deberíamos protegerlas a ellas también, dándoles las condiciones para que aborten de manera legal y segura, si es que eso deciden? Y, si no queremos llegar a esa instancia —puedo asegurar que nadie, ninguna mujer quiere vivir el trauma de un aborto— ¿no deberíamos distribuir anticonceptivos masivamente? ¿No deberíamos hacer más énfasis en educar para impulsar una sexualidad responsable, en lugar de enredarnos en tabúes religiosos y moralismos decimonónicos?

Lo que pasa, en el fondo, es que tanto el embarazo como el parto, e incluso el sacrificio personal que implica la crianza de los niños, todavía se ven como una forma de “castigo” por el terrible pecado de haberse embarazado. La mujer, como único ser fecundable, viene a ser también el único ser responsable del eventual embarazo; y por tanto, del niño que nazca. Al hombre, por alguna inescrutable razón, no se le castiga en la misma proporción y manera por cometer el mismo pecado, en complicidad con la misma mujer que está pecando a la misma exacta hora. Podría decirse que como él no se embaraza, no solo ha sido liberado de la maldición de Eva, sino que además es libre de negar la paternidad, hacerse humo, buscar otros caminos y dejar al niño al cuidado único de la mujer, que está condenada por la sociedad a ser madre antes que ninguna otra cosa.

Si las mujeres son las que se embarazan, deben ser ellas también las que decidan si están listas física, psicológica o económicamente para ser las madres sacrificadas que la sociedad demanda que sean. Porque ningún niño debería nacer sin haber sido deseado. Porque proteger la vida no es solo abogar para que todo cigoto se convierta en feto, sino brindar a los niños las condiciones mínimas para que crezcan amados, para que no pasen hambre ni sufran violencia. Proteger la vida es asegurarse que nunca más una niña muera de pobreza y desnutrición, que nunca más un niño sea golpeado hasta la muerte por sus propios padres. Es tan importante criar a un niño que solamente debería permitírsele este privilegio a quien esté listo para hacerlo.