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Si elegimos vivir…

Con una expectativa de vida incierta, tres kilos cuando deberían ser ocho y 54 centímetros de alto cuando debería medir al menos 70 (datos de La Razón sobre la salud de un infante de más de un año cuya madre tiene tan solo 11 años) cabe preguntarse si ¿eso es defender la vida? La historia de este niño, al igual que la de su mamá-niña, es la constancia de la irracionalidad y la violencia con las que tratamos a la infancia en nuestra sociedad.

Las niñas violadas y que quedan embarazadas a los 10 o 12 años son doblemente castigadas por una culpa que ellas no cometieron. Son tratadas como agresoras, malhechoras, merecedoras de todo tipo de castigo. Se las suele encerrar en una institución hasta el momento del parto; se las fuerza a ser madres a una edad en la que deberían recibir cuidados y atenciones que las impulse a crecer como personas jugando y estudiando. No es normal que esos cuerpecitos que promedian el 1,30 m de alto se quiebren literalmente y den paso a vidas que también llegan quebradas y desamparadas física y emocionalmente. Los embarazos infantiles suelen estar acompañados del silencio estatal, la indiferencia, la reacción de escándalo momentáneo, la pena y la compasión pasajera; dando paso al olvido en cuanto dejan de ser noticia de alboroto.

La violencia tiene muchas formas de ensañarse con los niños, y el abandono es una de ellas. Con él se entretejen historias como la del bebé encontrado en una bolsa de mercado el 12 de febrero; o el chiquito de 11 meses que fue entregado por su madre como prenda para nunca más recogerlo; o la niña recién nacida que fue encontrada en un baño público de El Alto y que aguarda a que sus padres o algún pariente la reclamen al saber que aún está viva. Aldeas Infantiles SOS hizo conocer que 600.000 niños en Bolivia viven en riesgo de abandono por falta de familia y de afecto, por violencia intrafamiliar, por inconsciencia de los padres.

Datos de la Defensoría del Pueblo dan cuenta que ocho de cada 10 niños en Bolivia sufren violencia en su hogar o en la escuela. Asimismo revelan que cerca de 1 millón trabaja, y de este grupo 870.000 desempeñan labores peligrosas. Estos números, siempre fríos, tienen detrás historias que evidencian la forma en la que sometemos, ignoramos o abandonamos a los niños en nuestra sociedad. ¿La indolencia y el desamparo con los que los tratamos serán el reflejo de la infancia que les tocó vivir a los adultos de hoy?

Es verdad que estas reflexiones se repiten día tras día, mes tras mes, año tras año como una inútil monserga. También es cierto que los resultados no auguran grandes cambios todavía, pero hay que ser porfiados, hay que insistir. Detrás de tanta insensatez quedan vestigios de cordura que hay que rescatar, pensando en la capacidad del ser humano de rearmarse a la hora de elegir vivir.

* es periodista.