Inicié el día leyendo una desafortunada “opinión” emitida en el programa Café de la mañana. Inmediatamente la memoria de mi niñez trajo al recuerdo lágrimas rabiosas de una mujer consanguínea, adulta mayor, obrera y esforzada, que por su creencia religiosa se obligó a soportar, en los mejores años de su vida, la violencia de un esposo, miles de golpes y maltratos innumerables que la llevaban en insistente peregrinación a la Iglesia Católica a solicitar al sacerdote que la perdone y autorice el divorcio.

Ella y sus rodillas no podían más de tanto suplicar, no a Dios, sino al representante de la institución católica para que la eximan del sufrimiento y la dejen divorciarse. Imaginé la cara negativa de ese sacerdote, se volvió con los años el rostro del señor Eduardo Pérez, quien parecía sentirse en libertad de juzgar y determinar nuestros destinos. Sentí impotencia por mi abuela, por las miles de mujeres y hombres que tuvieron encima miradas críticas por pedir la autorización para separarse de parejas violentas, inviables o simplemente sin amor; sentí impotencia por los millones de hombres y mujeres que trabajan por sus hijos e hijas en todo el mundo.

Cuánto nos emocionaron los hermosos criterios del papa Francisco cuando pidió perdón por el asesinato de nuestros tatarabuelos(as) y por la violación de nuestras tatarabuelas en la colonial inquisición, junto a una nueva postura flexible ante el divorcio. Estoy segura de que si el sacerdote Pérez lo hubiese escuchado, no habría emitido tan desagradable apreciación.

Seguramente la retractación sea una salida por tan innobles prejuicios hacia un presidente y su gabinete de ministras(os) que tienen el derecho de mantener su vida personal en reserva, de no ser juzgados por su estado civil. Quizás la vieja y hostigadora inquisición de brujas, herejes e indígenas se encarnó en sus palabras al llamarnos “desplazados de la vida”.

Me ofende al llamarme “desplazada de la vida” porque estoy más viva que nunca, amo y río cada día. Confieso que si solamente me hubiese llamado “desplazada” no me habría indignado tanto, porque precisamente este periodo que vive nuestro Estado Plurinacional de Bolivia está representado por autoridades que en su perfil eternamente fuimos desplazados por las logias neoliberales y discriminadoras a las cuales el sacerdote Pérez defendió. Debería pensar en sus palabras, ya que la violencia a la mujer no solo es física y sexual, también es mediática, según la tipificación de la Ley 348. Seguramente para usted mis seis pecados sean ser mujer, joven, médica graduada en Cuba, feminista, comunista y soltera; por ello dijo lo que dijo.

Por otra parte, ante la existencia de alguna desinformación, recordar que el Estado hace entrega del Bono Juana Azurduy y un Subsidio Universal Prenatal por la vida de las mujeres embarazadas y puérperas. Aclararle además que las mujeres no somos “partes ginecológicas”, somos seres humanos con derechos plenamente constituidos, y día a día luchamos para que se respeten.

Por último, deseo mencionarle que no le guardo rencor, solo me llenó de más fuerza para seguir la lucha junto a muchas compañeras jóvenes, mujeres, lesbianas, indígenas, pobres, divorciadas, solteras, madres y no madres, quienes hoy tenemos la posibilidad, a diferencia de los tiempos neoliberales, de opinar, participar y ejecutar proectos en nuestra patria, hoy una patria  inclusiva.

* es ministra de Salud del Estado Plurinacional de Bolivia.