Madame Endiablé
Hace cuatro décadas un perfume bautizado con el nombre de Endiablé causaba furor entre las birlochas.
Fue mi amor. Un viaje a la frontera con el Perú me la trajo a la memoria. El tendal de canes aplastados por los veloces automotores entre Laja y las alturas de Lloco Lloco me develó los duros momentos de su vida para consumar el contrabando y transformarse en varias personas. El cuerpo tiene memoria también, desde su lugar en el espacio se aprende a convivir entre la ilegalidad y la legalidad, entre una sociedad racista y los modos de cascabelear a los señoritos criollos y a los aduaneros somnolientos.
Hace cuatro décadas un perfume de industria argentina, dulzón, mezcla de bergamota y anís (o tal vez azufre), bautizado con el nombre de Endiablé, hacia furor entre las birlochas, taku birlochas, y bircholas pintadas, como le gustaba calificar a Madame a su clientela. Ella era una mixturación de todas ellas: recia de cuerpo, incansable bailarina, fuerte, morena, caderas anchas, tabla siqi, labios carnosos como geranios en medio de un jardín florido y devota de la mamita de Copacabana: alegre y chispeante; poderosa hembra-mujer.
Su radio de acción cambió a la frontera con Argentina, a La Quiaca… y su economía también. Ya no hacía contrabando hormiga, sino elefantiásico. Los cargamentos llegaban a la Garita de Lima para su distribución, donde le esperaban sus colegas y comadres terceristas. Desde un rincón de su cuartito azul, el Endiablé desparramaba su fragancia. Regresaba de una semana en la frontera con una manta de alpaca amarrada a su cintura —para protegerse los jolk’es, decía—, con su pañoleta colmada del polvo del largo camino, sus zapatos de tacones bajos, wistus por el trajín, y su bello rostro p’aspado por el sol.
Cuando llegaba en agosto la invitación para la fiesta de la mamita de Copacabana, ocurría el milagro y la transformación: traje de dos piezas confeccionado a medida, color bermellón, aretes de oro, flamantes cartera y zapatos negros de tacón alto para la ocasión. Peinado pegado a su bien estructurado cráneo, anillos en los dedos de ambas manos y un zambullón en Endiablé: un auténtico y hermoso wayruru.
Sabedora de mi resistencia a la corbata, me ordenaba: —Cholo, ponte esta corbata, te lo he traído de Buenos Aires, Lacoste es. Y salíamos como a una premier de Hollywood para pisar la alfombra roja. Me imaginaba para hacer juego con el Endiablé. La fiesta no solo era ocasión para bailar hasta el frenesí, sino para concertar negocios y alianzas, y teníamos a la Virgen Morena como testigo. Compartir generosamente era muy importante, la mamita te iba a devolver el doble.
Al tercer día caíamos rendidos, con una sed infinita y envueltos en una emulsión terrorífica de tabaco, cerveza y Endiablé. Nos dolía todo el cuerpo, pero éramos felices. Nada es para siempre y esas ráfagas de felicidad tenían su contraste: llegaba con los ojos colorados, su alegría desvanecida y un rictus de impotencia que no se calmaba por más que fumaba media cajetilla de Pall Mall, y pijchaba coca de Coripata. Había perdido su capital, los aduaneros eran nuevos y le habían quitado toda la mercadería, la coima no había funcionado. —Esos chanchos, me han llaukarado buscando mercadería, querían aprovecharse de mí; exclamaba, furiosa.
Organizamos un rito en la mal llamada Curva del Diablo —casi desconocida en esa época— para espantar las malas vibraciones y las envidias que había provocado. Así es que la encomendamos al Tío Mayor o Supay para pedirle que la proteja, al Tío Contador para que no falte plata, contamos dólares y pesos argentinos varias veces y pedimos al Tío Lucifer que los aduaneros se duerman y sean dóciles con las coimas y que a sus enemigas les vaya mal.
Regamos con mucho whisky las borrosas imágenes que aparecían en la wak’a y quemamos billetes buenos.
Para protegerse aún más, se inscribió al mismo tiempo al MNR y a la FSB, aliados del dictador. Su carrera política fue meteórica y su éxito comercial también. Llegó a ser dirigente de ADN. La vi muchos años después, subida de peso, dueña de un birlochets en El Alto. Se alegró mucho y nos tumbamos un Jack Daniels con su esposo, dirigente del MAS, que acababa de llegar de la frontera con Chile, trayendo línea blanca en su camión pachajchu.