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Aprender haciendo

Nunca tuve habilidad para las actividades manuales, y si algo me caracterizó en los deportes fue mi proverbial torpeza. No es algo de lo que pueda presumir ni mucho menos. Por el contario, es algo que deploro, porque de niño siempre fui excluido de los equipos de fútbol y después me costó mucho aprender a hacer el nudo de la corbata; si hoy puedo nadar es porque creo que nací sabiendo, de lo contrario hoy lo haría al estilo piedra.

Ante esta limitación decidí estudiar y jugar ajedrez. En realidad creo que no me quedaba otra alternativa. Quise dedicarme a la física teórica, pero terminé como economista, de lo que ciertamente no me arrepiento, porque para ser economista lo único que se requiere es saber pensar y, de vez en cuando, tomar algunas notas. La economía es probablemente tanto o más abstracta que la propia física teórica, en palabras del Premio Nobel George J. Stigler. Los escritos de los economistas no están relacionados con la política pública y a menudo tampoco lo están aparentemente con este mundo.

En mis estudios de matemáticas nunca me puse a medir los lados de los triángulos, para usar la metáfora de Jorge Patiño Sarcinelli aprendí el Teorema de Pitágoras. Mientras algunos de mis compañeros realizan todos los problemas que podían encontrar, fotocopiando las partes de ejercicios de los libros de texto, yo me concentraba en un par de ellos y los revisaba de arriba hacia abajo, de abajo hacia arriba y de todos los ángulos posibles, y buscaba afanosamente ver cómo se podían demostrar antes que resolverlos. Demostrar teoremas siempre me resultó más divertido que resolver ejercicios.

Ahora se ha puesto de moda el aprender haciendo. Las aulas de las universidades comienzan a convertirse en talleres, los estudiantes de ingeniería deben pasar más tiempo en los laboratorios y los estudiantes de medicina en los hospitales. Lo cierto es que éste es un gran avance en la enseñanza, y los profesionales así formados tendrán mayores competencias prácticas y tecnológicas. Personalmente me sentiría muy asustado si tendría que someterme a una cirugía con algún médico que todo lo aprendió en la pizarra y que nunca tuvo en sus manos un bisturí.

De cualquier forma, creo que todavía es válida la combinación entre los que piensan y los que hacen. Aunque debo reconocer que todavía soy un poco reacio a que las universidades entren a competir con los institutos que enseñan diseño de interiores y corte y confección, pero es posible que ello sea porque el momento que agarre una aguja lo más probable es que termine pinchándome el dedo.