Periodismo cerca de los tiros
Desde el primer combate, el 23 de marzo de 1967, hasta su captura, el 8 de octubre de ese mismo año, en la quebrada del Ch’uro (o Yuro), el Che no pudo establecer un solo contacto con el exterior. Alcanzó a recibir algunos mensajes radiales cifrados desde La Habana, pero le fue imposible hacer funcionar su equipo de comunicación para responderlos. Tampoco pudo relacionarse con el incipiente aparato de apoyo en las ciudades, y éste a su vez no tuvo los medios ni la forma para conectarse con la columna guerrillera. El intento de contactar a los familiares de Inti Peredo en Cochabamba, a través del joven campesino Paulino Baigorria, el único reclutado por la guerrilla, también fracasó por haber sido detectado por las Fuerzas Armadas. ¡Es difícil imaginar un aislamiento tan persistente y riguroso, pero así nomás fueron las cosas!
Procurando romper esa situación y para tratar de influir en la opinión pública boliviana, el Che emitió comunicados numerados del uno al cinco, con el lema: “Frente a la mentira reaccionaria, la verdad revolucionaria”. Pero, dadas las condiciones descritas, solo logró difundir el primero de ellos, que es una especie de parte de guerra y declaración de hostilidades, luego de la primera acción de armas. Lo dio a conocer en su integridad el ya desaparecido periódico Prensa Libre de Cochabamba el 1 de mayo de 1967, algo más de un mes de haber sido emitido. Muchos años después se supo que fue el oficial Rubén Sánchez Valdivia, prisionero de la guerrilla en la acción de Iripití, quien lo hizo llegar subrepticiamente, cumpliendo un compromiso que había hecho con sus captores. De hecho, la publicación provocó un revuelo político de grandes proporciones. El director de Prensa Libre, Carlos Beccar Gómez, fue detenido y se le siguió una acción judicial pretendiendo obligarle a revelar su fuente. Como es natural, esto motivó acciones de solidaridad del gremio periodístico en defensa de la libertad de expresión.
Al analizar los comunicados de la guerrilla y compararlos con los comunicados oficiales, al margen de simpatías o antipatías de uno u otro lado, se advierte que en los primeros hay un tono desafiante y agresivo, pero el contenido no se aleja de la verdad de los hechos. Podrían señalarse omisiones, como por ejemplo no dar a conocer el nombre de quién comandaba la guerrilla, u omitir la proyección continental de la lucha iniciada, pero no se hallan mentiras flagrantes, como en el otro caso.
El trabajo de cobertura periodística de los sucesos, por lo hasta aquí descrito, se enfrentó con gruesas dificultades, algunas insalvables. Por una parte, la imposibilidad de contactar con una de las partes de la contienda, y por otra, las restricciones impuestas por las autoridades militares, acompañadas por versiones oficiales sobre los hechos, bastante alejadas de la realidad. Algunos periodistas y la mayoría de los medios solo presentaban una cara de la medalla: tomaban por ciertas todas las afirmaciones oficiales, sin ningún tipo de observación o cuestionamiento. Mientras que otros, aun coincidiendo con el lenguaje antiguerrillero predominante, y sin dejar de lado la versión oficial, hacían esfuerzos por ampliar sus fuentes y trataban de confrontar la versión oficial con lo que ocurría en la realidad.
Medio siglo después, tres periodistas que vivieron en carne propia esta situación en el matutino católico Presencia han decidido relatarnos en un libro sus experiencias. ¡Enhorabuena para todos los seguidores del oficio periodístico, y en especial para las nuevas generaciones! El 10 de mayo es una buena ocasión para destacarlo.