Más allá de que el novel Presidente francés sea o no el candidato ideal, o que su programa realmente mejore las condiciones de vida de su pueblo, su reciente triunfo en las elecciones galas representa una conquista simbólica de los valores de “libertad, igualdad y fraternidad” en la conflictiva etapa que nos toca enfrentar como humanidad.

Al poner este triunfo en la categoría de lo simbólico, no pretendo restarle importancia. Es más, lo escribo consciente de que los símbolos son indispensables a la hora de construir propuestas en lo político, ya que la toma de posición proviene de la producción de juicios por parte de las y los ciudadanos, que implica siempre sensaciones personales impulsadas normalmente desde lo simbólico.

El discurso de la candidata de la extrema derecha Marine Le Pen, apelando a una construcción esencialista de lo que entiende por identidad francesa y al mensaje de la lucha de clases (que busca movilizar al francés “del pueblo” en contra de las élites internas y de los poderes globalizados), es solo una cara de la moneda.

La otra cara apela a los sentimientos del miedo y la ira por los atentados de los últimos años, y a la frustración por la dificultad de los gobiernos predecesores, de partidos tradicionales, para manejar los problemas económicos de Francia, minimizando el impacto social. En esta línea, Le Pen promueve una lectura de la realidad desde la xenofobia (posiblemente la estructura que más ha inducido a la vulneración de derechos en la historia de la humanidad), prometiendo la defensa a ultranza de las fronteras, y planteando la necesidad de una eventual salida de Francia de la Unión Europea.

Estas concepciones proteccionistas y xenofóbicas, y los sentimientos que las alimentan, ya han demostrado tener la fuerza suficiente para llevar a la Casa Blanca a una persona que esgrime un discurso machista, racista y discriminatorio, o sacar a un país de la Unión Europea. Posicionan la idea de que “el respeto por los derechos es el discurso dominante (lo cual es falso) y que discriminar es la nueva irreverencia” (Ruiz-Navarro, 19.04.2017) y se convierten en una eficiente estrategia que legitima con el manto de la rebeldía esta necesidad de encontrar culpables en los “otros”, sean musulmanes, latinos, judíos o chinos, movilizando el voto como una acción visceral.Posiblemente la claridad que solamente da lo acontecido logró que antecedentes como el triunfo del brexit y la victoria de Trump fueran los que apelaron y movilizaron a la Francia de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, en contra de un discurso que históricamente ha demostrado ser muy peligroso para la convivencia pacífica en el mundo y para la vida misma.Es por esto que los resultados de la elección francesa, con un importante margen entre los candidatos, se configuran en un acto de resistencia contra el miedo y en un mensaje de esperanza para aquellos que pensamos que, pese a sus muchas limitaciones y contradicciones, el camino de los derechos y del respeto por la dignidad de todos los seres humanos es una opción posible.

* es comunicadora social, magíster en Derechos Humanos y Democratización.