Uva nativa, ecológica y potosina
El molle protege a la vid de las plagas, granizadas y heladas. Sola, en parrales, es más vulnerable

Qué tecnologías nativas aplican los pequeños productores potosinos de la uva (vid) para evitar la aplicación de químicos? ¿Existen incentivos para esta prodigiosa forma natural de producción? ¿El árbol del molle y la vid son compatibles?
Durante centenares de años, en los valles chicheños de Potosí se han desarrollado tecnologías dignas de ser conocidas. Existe un árbol muy conocido en los valles andinos de América Latina: el molle (mulli en quechua). También es común en el Brasil, donde se lo llama aroeira. Su nombre científico es el Schinus molle. Los incas le atribuían utilidades sagradas, llamándolo árbol de la vida.
Las plantas de la vid, se cree, fueron traídas por los conquistadores españoles. Sus alargados gajos (ramas) trepan, como en competencia, al árbol del molle, convirtiéndose, ambos, en acompañantes compatibles. Los productores podan y añaden abono animal y vegetal a la vid durante el invierno; riegan y deshierban a lo largo del año.
En invierno el molle es “chapodado” (se le quitan las ramas), a fin de permitir una accesible subida de los racimos de uva al árbol para la cosecha. Además, el molle protege a la vid de las plagas, granizadas y heladas. La vid, sola, en parrales como en Tarija, es vulnerable a las plagas. Sin embargo, el molle es un insecticida natural de amplio espectro, y gracias a ese atributo la uva potosina todavía no requiere ser fumigada con productos químicos.
En el paisaje de las comunidades rurales son más visibles los innumerables arboles del molle solos que acompañadas de la vid. Tal vez por su tosco aspecto, el molle es menospreciado por los técnicos formados en las universidades, que desconocen el aprovechamiento local de su madera en la construcción de viviendas, así como sus cualidades medicinales y otras utilidades. Estos profesionales muchas veces prefieren incentivar la incorporación de variedades afines a la uva mendocina y tarijeña colocando en duda a las potencialidades de la vid tradicional compatible con el molle. Están generando cambios en la rutina laboral de los pequeños productores.
Dos son las variedades nativas de la uva más comunes: la uvilla (negra) y la uva negra. Esta última es de grano menudo, con mayor sacarina (dulzura) que el primero. Existen dos subvariedades de uvilla, una de racimos largos y otra coposa. Los centros de investigación vitivinícolas de Tarija han establecido que la uva potosina tiene mayores propiedades de sacarina en comparación a la producción tarijeña y camargueña. Esta característica científica le lleva, a su vez, a la producción de comprobados mejores vinos tintos elaborados manualmente. Los singanis destilados en falcas de ollas de barro son más fuertes que los singanis bolivianos exportables, pero a falta de iniciativas de inversión pública y privada, todavía no hay condiciones para su comercialización.
Si acaso los especialistas en materia considerasen a estas afirmaciones como apológicas, todavía en mayo subsiste la uva potosina, pese a las heladas de invierno, la inexistencia de políticas públicas de mercados, y apoyo en el transporte y comercialización. La industrialización todavía es un sueño. ¡Qué gran falta hace tener un ojo agrícola y frutícola de Potosí! En Bolivia y en el mundo creen que esta región es netamente altiplánica y minera. ¡Falso! ¿Cuándo se pensará en una estrategia productiva del sur del país de largo aliento?
“Vengan pues aquí a la puerta, pueden vender por kilos sus uvas”, nos dijo un funcionario de la unidad de Desarrollo Agropecuario de la Gobernación días atrás (04-05-17). Es evidente la ausencia de proyecciones. Solo un 50% de la uva potosina está siendo comercializado en los distritos mineros de Uyuni, Tupiza y Potosí.
* es sociólogo, candidato a doctor de la Universidad La Sorbona de París.