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En defensa del español

El idioma español es uno de los mayores referentes del mundo actual. También conviene recordar que es la lengua materna de Miguel de Cervantes, cuya producción literaria está escrita enteramente en castellano y en la que Don Quijote de la Mancha, su obra cumbre, está considerada la primera novela de la era moderna y una de las mejores obras de la literatura universal. Por estos motivos y por otros muchos, a nuestro rico castellano no se le puede despreciar gratuitamente.

Una vez aclarado este punto pasemos a otro, igualmente de suma importancia. Dicen que lo primero que hizo Donald Trump nada más llegar a la presidencia fue suprimir de un plumazo la página web en español del la Casa Blanca. Matizaron después que solo era una actualización momentánea. ¿Fue verdad o volvía sobre sus pasos? Sea como fuere, corrieron sentimientos heridos, orgullo abollado de una lengua que hablan 600 millones de personas en el mundo. Fue como si dijese… ¡Fuera ese idioma de esclavos, violadores y drogadictos, fuera la lengua española de la Casa del Gran Blanco! Y 50 millones de norteamericanos hispanohablantes se quedaron pasmados antes de jurar en arameo. De esa forma se puso en evidencia, si no lo había hecho ya, toda la tirria que ese tío le tiene al hispano, al spanish, al español, al latino, al guacamole, al chicano, al chapo!… Pero no pasó nada; como si se hubiese puesto a pegar tiros en la Quinta Avenida, que así dijo que ocurriría en su momento antes de que le votasen.

Dicho lo anterior, la pregunta brota sola y la dejo sobrevolar sutilmente por el aire viciado de esas mentes cerradas a la tolerancia y la comprensión: ¿a qué viene ese odio a una lengua que habla una quinta parte de sus compatriotas? A los tipos como Trump, a los que creen en supremacías de raza, a los que piensan que Dios jamás sería negro, a los que desprecian cuanto ignoran, a los que no importa que unos escupan sangre para que otros vivan mejor… les aterra el mestizaje y la vecindad. Para ellos, como diría Sartre, “el infierno son los otros”. Y les gobierna el miedo. Cosa mala. Porque cuando el miedo se adueña del poder, la mente se nubla, los nervios arden, los oídos se cierran y el dedo de nombrar —que es el mismo de apuntar—pide apretar el gatillo. Así que debería calmarse un poco y tomarse un buen tequila. ¡Ándele!