Aristocracia obrera
El fenómeno de la aristocratización obrera parece haber resistido al cambio en los últimos años
Según el planteamiento marxista, el proletariado está compuesto por aquella masa de seres humanos desprovistos de los medios de producción, y que en función de sus necesidades de sobrevivencia se ven obligados a vender su fuerza de trabajo a los propietarios de aquellos medios que constituyen las diferentes fracciones de la burguesía. Por tanto, al estar definido por su desposesión, el proletariado comparte las mismas condiciones materiales de existencia, por lo que es tan obrero un operario fabril como un empleado de un banco, como también lo es un funcionario público y un mensajero de oficina, si se toman en cuenta los aparatos de dominación que llevan impregnado el carácter de clase. De hecho, la categoría empleado(a) no sería más que un artificio ideológico que embellecería las condiciones de explotación capitalista, aunque también dividiría a los obreros y jerarquizaría a los trabajadores.
Si bien el marxismo previó que la concentración de capital permitiría la constitución de la burguesía como clase dominante, y por derivación de la clase obrera como antagónica, el proceso de expansión capitalista (a través de la producción intensiva de mercancías, el comercio mundial de éstas y el trabajo especializado) produjo un fenómeno de aristocratización obrera, que se vio favorecida por la lucha sindical y por las políticas de atención a los trabajadores que legitimaron el orden capitalista. Ese proceso de aristocratización obrera constituye incluso una evidencia de la alienación y la enajenación de los trabajadores, puesto que dicho fenómeno tendería a profundizarse con las oscilaciones económicas, según las cuales en épocas de crisis un grupo de obreros se vería privilegiado por su condición asalariada, y en épocas de bonanza, por el alza de los salarios.
En el caso de los países sin pleno desarrollo capitalista el fenómeno de la aristocratización de los trabajadores sería aún más notorio, pues frente a la gran masa de desposeídos o frente a los pequeños productores campesinos, cuya forma de producir no se encuentra regida por la relación capital-trabajo, ser obrero asalariado constituiría un privilegio. Es más, en estas condiciones las posibilidades de aristocratización de los obreros se profundizarían por las mismas oscilaciones económicas y por las acciones de los gobiernos que, necesitados de establecer relaciones corporativas con los trabajadores, implementarían medidas obreristas.
En nuestro país, la revolución del 52 constituye la prueba de ello, pues a partir de ese suceso salió a relucir una aristocracia obrera con fuerte poder de influencia política, aunque no de la talla de la aristocracia obrera que en la etapa neoliberal se desarrolló tras las bambalinas de la liberalización del mercado de trabajo y la reforma del sistema de pensiones.
Las políticas salariales implementadas en los últimos años no modificaron esa condición, por lo que el fenómeno de la aristocratización obrera parece haber resistido al cambio, como lo hizo notar hace poco el interventor de la Empresa Pública Social de Agua y Saneamiento (EPSAS), quien a causa de la crisis del agua denunció que trabajadores con una antigüedad de 20 a 25 años eran “súper beneficiados” en sus ingresos, en tanto percibían un total de Bs 16.035 por la captación del haber básico, bonos de antigüedad y bonos de alimentación y transporte. Ello sumado al hecho de que los trabajadores asalariados que cuentan con beneficios sociales constituyen apenas un 30% de la población, por lo que el fenómeno de la aristocratización de los obreros adquiriría una nueva forma si se considera la carencia de empleo y los ingresos diferenciados de los trabajadores que dejan al margen a cerca del 70% de la población económicamente activa en condiciones de desprotección social.
* es doctor en Sociología, docente de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) de México.