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Los hijos de la miseria

Viajamos mal por el mundo, pues nuestros ojos se cierran ante los destellos de los agasajos, y ofuscados por la comodidad rechazamos todo aquello que se aparta de nuestros objetivos. Cuando nos invitan a congresos, a ferias señaladas, a reuniones en grandes efemérides, solo vemos los fragmentos históricos de las ciudades, los centros culturales de […]

/ 27 de mayo de 2017 / 04:07

Viajamos mal por el mundo, pues nuestros ojos se cierran ante los destellos de los agasajos, y ofuscados por la comodidad rechazamos todo aquello que se aparta de nuestros objetivos. Cuando nos invitan a congresos, a ferias señaladas, a reuniones en grandes efemérides, solo vemos los fragmentos históricos de las ciudades, los centros culturales de moda o los lujosos hoteles en donde generosamente nos instalan. Nuestros anfitriones, con nuestro consentimiento implícito, se asocian entre ellos para que no recorramos nunca los barrios del cartón y la uralita. Pero somos nosotros los que no queremos ver “los prodigios de la ciencia moderna”, como el arrancar los ojos a niños pobres para, mediante una red de tráfico de órganos de eficacia infernal, trasplantárselos a quien los pague mejor; de igual modo, los riñones, las médulas…

Si tuviésemos, pues, valor, veríamos a esos niños que muestran las cicatrices bajo las que queda la oquedad de un riñón robado que había que poner a un millonario anónimo; algunos muestran en ambos ojos las cuencas vacías. De la misma forma, cerraríamos esas clínicas psiquiátricas donde las pacientes mentales son violadas para vender después sus hijos a prósperas familias de clase media. Tampoco habría lugar para el espanto que nos producen determinadas declaraciones: “En mis ratos libres me dedicaba a robar córneas de los ojos de los cadáveres”… Si tuviésemos valor, desafueros como esos no sucederían en nuestro mundo.

Con esos sucios juegos de la sociedad flotando por mi conciencia me dan arcadas, un asco invencible. Y es que no queremos ver los infinitos atropellos que se cometen contra la vida. Seguimos cerrando los ojos ante ellos, ante esas niñas de ocho o 10 años que ofrecen sus morritos pintarrajeados a turbios enfermos sexuales, ante los niños que son vendidos o expulsados de sus casas por la miseria, ante los que son víctimas del tráfico de órganos, y ante los que son apaleados sin compasión porque con su mendicidad incomodan a los turistas y enojan a los mercaderes.

Necesitamos despertar de una vez, abrir los ojos ante esos niños callejeros que, cuando no se les mata, se les explota sin compasión, por lo que muchos de ellos a partir de los 10 años tienen cara de adultos; y sus padres, a partir de los 40, de ancianos. Pero seguimos tapándonos los ojos ante el hambre, la mendicidad, la explotación infantil o los asesinatos de niños. Y esas epidemias continúan extendiéndose por nuestro mundo.

* es periodista freelance y escritor español.

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El invierno nuclear

Lo más patético de esa mentira es que la Administración Trump participó de lleno en ella

/ 26 de abril de 2017 / 04:30

El portaaviones nuclear Car Winson de la naval norteamericana, sus 5.500 tripulantes, sus 100 aviones y helicópteros y quién sabe cuántos submarinos, no iban rumbo a Corea del Norte a imponer “el temor de Dios” a Kim Jong-un, como había dicho Estados Unidos. Más bien al contrario: estaban yéndose en dirección opuesta. Así que mientras el mundo se preparaba para una guerra en la gélida Corea del Norte, el Winson y sus escoltas navegaban plácidamente por las aguas tropicales del Estrecho de Malaca, muy lejos de ese futuro objetivo que no deja dormir a Donald Trump. Es decir, el plan de la flota solo es participar en unas maniobras conjuntas con Australia en el océano Índico.

Lo más patético de esa mentira es que la Administración Trump participó de lleno en ella. El señor Trump utilizó el término “Armada”, que en Estados Unidos se usa con mayúsculas, porque evoca a la Armada Invencible de Felipe II, la cual se emplea para anunciar la madre de todas las batallas navales. “Estamos mandando una Armada. Tenemos submarinos muy poderosos, mucho más poderosos que los portaaviones”, dijo el Presidente estadounidense a la cadena de televisión conservadora Fox News.

Pero dicha Armada navega ahora tranquila por los arrecifes de coral del Estrecho de la Sonda. Camino de la Antártida, si no ha llegado ya, ni los pingüinos se van a librar de sus vínculos con el programa nuclear de Corea del Norte. El Winson les hará una demostración.

Una vez desentrañado el misterio, lo más grave es que puede aparecer “el botón del invierno nuclear” cuando menos se piense. El desarrollo de las armas nucleares cambió la geopolítica para siempre. Esa amenaza sigue estando ahí y depende de la voluntad de una sola persona o de unas pocas para apretar dicho botón. El escenario más preocupante es el del invierno nuclear: un periodo prolongado de oscuridad y frío en el planeta que podría surgir tras una de esas interminables guerras que nos asolan.

Algo así hundiría la producción de alimentos y llevaría a la especie humana hacia su extinción. Y aunque los expertos no se ponen de acuerdo sobre la escala de intercambio nuclear necesaria para desencadenar tal situación, todo apunta a que bastaría con lanzar los arsenales todavía existentes en el mundo. ¿Alarmismo? El riesgo existe.

* es periodista freelance y escritor español.

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