Con la crónica roja por saludo que recibimos cada día de la televisión, resulta inevitable no anoticiarnos sobre los innumerables casos de tránsito, además de otros hechos que suceden cotidianamente como consecuencia de la conducción en estado de ebriedad.

Las estadísticas señalan que al menos el 80% de los accidentes de tránsito tienen lugar en el eje central de Bolivia, con un saldo de poco más de 1.300 personas fallecidas cada año; mientras que en el mundo aproximadamente 1,2 millones mueren anualmente por esa razón.

Lo lamentable en nuestro país es que, pese a las intensas campañas que se difunden por radio, televisión y las redes sociales para sensibilizar a la población sobre las consecuencias de la conducción bajo los efectos del alcohol, las cifras de muerte y la desgracia siguen creciendo, así como las de sus secuelas, vale decir, gente discapacitada, huérfanos, viudos, y padres y madres que pierden a sus hijos.

Resulta imposible no condolerse ante el trauma psicológico y físico vivido por esas personas, cuyas historias de vida “postsiniestro” darían material para cientos de libros del género tragedia. No es para menos, salir “completos” y “conscientes” del hogar, y volver a él lisiados, paralíticos, con discapacidad mental u otros impedimentos; o peor aún, no retornar jamás. Se trata de “eventualidades” que atraviesan nuestra mente cada vez que cruzamos el umbral de la puerta.

Desde la situación de ausencia de sustento con la que quedan algunas familias, pasando por la discriminación que sufren cuando terminan con alguna discapacidad, hasta la carga social que representan luego para sus familias, las víctimas de los incidentes viales experimentan cambios de 360 grados en sus vidas fruto de la acción riesgosa, negligente e irresponsable de los conductores en estado etílico.

Frente al incremento de dicha inconciencia y una sociedad cada vez más deshumanizada, familiarizada y hasta —pareciera— resignada ante este tipo de delito, se hace preciso alentar mecanismos que la obliguen a observar, desde un plano más cercano, las secuelas trágicas con las que subsisten quienes se cruzaron en el camino de los imprudentes y vivieron para contarlo.

En esa tarea, campañas, seminarios, charlas y otras actividades que hoy se desarrollan en el ámbito de la prevención podrían ampliarse y sensibilizar desde la profundización de las consecuencias, es decir, los afectados. Así por ejemplo se podrían organizar “sesiones vivenciales” donde la población participe en dinámicas en las que personifiquen a un discapacitado y entiendan lo doloroso que le resulta desenvolverse en la sociedad. También se podrían realizar obras de teatro (en vivo, para radio o televisión) que tengan como argumento las crudas historias del día, semana, mes o año después de un accidente de tránsito causado por el consumo irresponsable del alcohol. El esfuerzo valdría la pena.