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Juego real vs. virtual

Cada vez es más frecuente escuchar en boca de los propios niños que los juegos que más les atraen son los de carácter virtual, como los videojuegos, a los que acceden incluso cuando están compartiendo momentos con sus amigos. Y es que, desde hace un tiempo, el juguete propiamente dicho ha sido desplazado paulatinamente por los juegos virtuales.

Un ejemplo concreto son las legendarias piezas de LEGO para construir distintos objetos que el niño puede crear utilizando su imaginación. Luego de un notable esfuerzo para armarlos (autos, casas, camiones de bombero, prisiones, etc.), obtiene una especie de tesoro, que está listo para ser protagonista de una historia creada por él, una trama lúdica. En este tipo de juegos siempre es el niño quien determina la trama, el escenario y los personajes. Los infantes pueden proyectarse con estos juguetes, haciendo activo lo que viven pasivamente (concepto freudiano del juego).

Sin embargo, en la actualidad, con la tecnología los juguetes están entrando en un proceso de metamorfosis, están cambiando su esencia. Ahora los niños, con solamente encender un dispositivo electrónico, encuentran imágenes cautivantes de estos juguetes virtuales. Así, pasan de ser los creadores de la trama a espectadores cuasi pasivos, en donde la escena, impermeable a la proyección, ya está determinada por otro, obturando la creación de mundos propios y la imaginación de los niños.

Debemos tener en cuenta que interactuar con un dispositivo electrónico sumerge al niño en un estado de quietud, quedando al mismo tiempo expuesto a estímulos rápidos e intensos, como los que ofrecen los videojuegos. Ante una exposición de este tipo, es frecuente ver que su interés por actividades más lentas o menos intensas se desvanece al poco tiempo, lo que a su vez merma su capacidad para soportar situaciones que no le brinden resultados a corto plazo. Esto se conoce como incapacidad de tolerancia a la frustración.

En cambio, en un juego real, como saltar la soga, jugar con muñecos o bloques para armar —con todo lo que esta exposición conlleva (alegría, enojos, logros, frustraciones, reintentos, etc.)—, el niño está implementando capacidades como la de lidiar con la frustración. Un punto importante a destacar es que el problema no es el avance de la tecnología en sí misma, sino que ni el adulto ni los niños están pudiendo administrarla.

Resumiendo: limitarle el uso de la tecnología al niño tiene que ver con cuidarlo. Generalmente ante tal determinación queda en un estado de enojo, desasosiego y aburrimiento, que debe ser trabajado y sobre todo aprovechado por los padres, ya que se abre la posibilidad de que el niño aprenda a ser más tolerante, poniendo en práctica su imaginación y otros recursos para crear algo nuevo.

* es psicoanalista, titulada de la Universidad de Buenos Aires (Argentina); Lic.martino@gmail.com