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Nidos y paradigmas

Hace unas semanas caminaba por la avenida Broadway con mi hija, una persona rara, chaparra y muy sabia de siete años de edad. De pronto me tiró de la mano y, obligándome a detenerme, señaló con el índice un letrero en la fachada de una zapatería. Las letras empotradas en bloque decían “Hary’s Shoes”. Me costó unos segundos detectar lo que señalaba: en la cuenca de la “o” de la palabra shoes había un nido de pájaro, hecho de palitos, plumas y posibles restos de colillas de cigarro.

Ajenas a los transeúntes neurasténicos, a los trotadores en su high de serotonina y ambición, a los cláxones afónicos de los taxis, estuvimos un buen rato ahí (como turistas en un repentino rapto espiritual bajo el domo de la Capilla Sixtina) admirando el pequeño milagro de pasto y plumas. Evidentemente el pájaro a cargo de la obra había leído a Darwin y a Le Corbusier, y resuelto la ecuación de los bienes raíces neoyorquinas: la sobrevivencia de la especie está en saber capitalizar racionalmente cada centímetro cuadrado.

El resto del día me quedé pensando en el nido ese, y en cómo era posible que los ojos de una persona tan chiquita, pese a lo abigarrado y abrumador del palimpsesto urbano, repararan en un detalle tan minúsculo y sencillo en lo alto de una fachada. Y también en cómo la mayoría de las miradas adultas suelen pasar por alto los detalles, y registran solo los trazos más generales del mundo.

En las semanas siguientes anduve por la calle muy atenta a los letreros de los edificios. Y, como en los dibujos de la gestalt que usaba Thomas Kuhn para explicar los cambios de paradigma de las revoluciones científicas, una vez que mi mirada había detectado la “anomalía”, se empezó a subvertir el orden del mundo que había dado por sentado, revelando un sistema de coordenadas completamente distinto. Empecé a ver nidos de pájaro en todas partes: en las letras “o” y “u” de las fachadas, entre el cofre y el parabrisas de coches abandonados, en los andamiajes de los edificios en obra. Resultó que, en el palimpsesto urbano de Manhattan, existía una capa invisible donde cientos de pájaros tejen y retejen sus vidas ingrávidas.

En sí misma, la actividad de buscar nidos es trivial y ociosa —si no del todo chalada—. Pero llevada más allá de su fin inmediato, tal vez constituya una especie de reentrenamiento de la mirada. Y en estos días tan blanco y negro, tan ellos y nosotros, tan sí o no, vale la pena entregarnos a la disciplina cotidiana de reparar en los matices y en las pequeñas cosas. No porque Dios esté en los detalles, sino porque la lucidez es un bien escaso que anida solo en los rincones improbables.

* es escritora mexicana, columnista de El País.