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Cien años de soledad

Primero llegó el asombro, luego el encuentro, para pasar a la lujuria del disfrute. Leer Cien años de soledad fue lo más parecido a visitar el paraíso. Ahí estaba la desmesura, la magia, la realidad convertida en cuento, los cuentos convertidos en realidad; una radiografía de América Latina; un extraordinario trabajo sobre la psicología de los seres humanos; y la convicción de que nada puede ser más lúcido para conocer a los sapiens que la ficción, es decir, el arte de inventar.

La historia misma de la novela parece otra obra de ficción. La lucha de un periodista que renuncia a su oficio primigenio para escribir un texto que debió llamarse La casa y que un día vendió el coche con la convicción de que con ese dinero podría pergeñar su escrito. No sabía que con ello pasaría al panteón de los más grandes escritores de la historia universal. Fue el primero del boom latinoamericano en ganar el Nobel de Literatura. Se hizo justicia, fue el más brillante de esa generación tan pródiga en talento.

Úrsula Iguarán tendrá, por siempre, en mi mente la imagen de mi abuela Roxana Muñoz Reyes. Pequeña pero incansable; realista hasta la pared del frente. Incansable. Mujer capaz de enfrentar todos los huracanes y de ir y volver al infierno. Ahorradora. Capaz de cocinar manjares a pesar de tener la despensa vacía. Qué hermosa síntesis de las mujeres latinoamericanas que logra García Márquez.

Dos pasajes en los que interviene Úrsula me son inolvidables, cuando convence a las mujeres de Macondo de que obliguen a sus maridos a quedarse en la aldea en vez de volver a viajar con José Arcadio a rescatar el galeón español perdido en la selva. El otro es cuando su hijo, el coronel Aureliano, desea seguir los pasos de su padre y habla de la desmesura de transportar los restos de la nave, y ella dice: “Esa historia ya me la conozco”. Y al frente, la desmesura de los varones, sus sueños, sus fantasías, su amor por la violencia y la violencia de sus amores.

Los personajes de la novela que cambió la historia de las letras latinoamericanas son de una potencia tal que transgreden el propio texto. Hoy hablamos de los Aurelianos Buendía o de la bella Remedios aún sin leer la obra.

Se cumplen 50 años desde la publicación de Cien años de soledad y 35 de que descubrí que se podía escribir de esa manera tan atrapante, tan precisa y tan tranquila, contando la desmesura, la pasión y la locura colectiva y social. Ayer he vuelto al libro y me ha ganado de nuevo, así que disculpen si me despido, debo ir donde los Buendía Iguarán, cuya falta de amor los condenó a… Bueno, si ya leyó la novela, ya sabe el resto, sino, ¿qué espera?