La vida diaria está llena de ilusiones, fantasías y deseos políticos. Sería imposible sobrevivir sin un salpicón de artilugios para autoconvencernos de seguir adelante. Necesitamos de las creencias, así como el subconsciente es inseparable de los sueños. En esta misma senda se acicalan las utopías políticas de cualquier naturaleza: un más allá liberado de todo sufrimiento junto al brazo firme donde pende una espada justiciera. Supuestamente así se yergue la comunidad sin clases sociales, sin Estado y la descolonización de una historia cuyos sujetos revolucionarios son las culturas indígenas. La utopía de la descolonización es un sueño y simultáneamente una exigencia difícil de realizar. ¿Cuál es el problema? La polarización secante que conduce a una lógica dual violenta.

La doctrina del colonialismo interno se reproduce dentro de una vieja lógica dual que siempre caracterizó a las posiciones utópicas, en la cual se endiosa a unos actores y se odia o excluye a otros. Se plantea el diagnóstico científico-social donde estaríamos viviendo un ciclo largo de 500 años de exclusión y se desgaja, a su vez, el proyecto de transformación utópico-político. Los defensores de la descolonización trazan los límites del adentro y del afuera, de una Bolivia minoritaria y de aquella mayoritaria, de la “sociedad realmente existente” (Bolivia india) y de la “sociedad deformada-dominante” de corte occidental (Bolivia criolla, mestiza y q’ara). ¿Por qué estas concepciones utópicas y políticas se adhieren a esta lógica de polarización dual? Simplemente por resentimiento histórico y por exceso de arrogancia, colocando al concepto de “etnia” o “nación indígena” por encima de todos, al engrandecer a los originarios como fundadores de una verdadera sociedad paradisíaca. Nada más falso.

Si la teoría del colonialismo interno pudo constituirse en una ciencia social para el mundo indígena, fue porque cree religiosamente en la existencia de una sociedad sujeta a leyes, donde el ideal utópico del regreso al ayllu y al Incario debe perseguirse como predestinación. Ese ideal está ideológicamente inspirado en lo que se supone es el deber ser de una sociedad. De ese modo, los descolonizadores (presidentes, ministros y sacristanes dogmáticos) creen que su obligación es trazar líneas demarcatorias sobre la llamada sociedad colonial boliviana, y decidir así sus márgenes y sus interiores, sus adentros y sus afueras. Pero cuando se tiene el poder en las manos, el arte de definir quién queda adentro y quién afuera se transforma en una oportunidad violenta para plasmar la utopía regresiva que añora el pasado, sabiendo que vivimos en otra época.

Celebrar el Año Nuevo Andino-Amazónico y los planteamientos para enseñar solamente las visiones andinas y el horizonte cultural indígena son una especie de almácigo que contendría las posibilidades ideales de una sociedad que superaría el conflicto entre castas. Sin embargo, esta posibilidad exhala rencor y nubla el contexto internacional para forzar un atrincheramiento mirando hacia el pasado: la regresión al incanato, algo desaparecido y desconocido.

Las utopías regresivas no pueden comprender el presente porque no saben cómo responder cuando se dan cuenta que ni el pasado ni el futuro existen. Estos perfiles temporales son únicamente proyecciones psicológicas del presente, y es por esto que sus propuestas utópicas nunca responderán a los desafíos actuales de las políticas públicas en cualquier ámbito del Estado con soluciones reales. La fascinación dual de las utopías regresivas indio y blanco, el adentro de la Bolivia india y el afuera de lo occidental destructivo son un producto del afán por simplificar. Es una ideología que determina qué es lo importante y qué es lo superfluo, lo principal y lo secundario, qué es lo que debe eliminarse y qué debe favorecerse. Esta lógica dual es discriminatoria e inútil para avanzar siguiendo las exigencias del mundo pacífico y democrático.