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Violencia, maldita violencia…

Cómo se puede explicar el feminicidio en un país donde las leyes contra la violencia hacia la mujer tienen los estándares más altos de Latinoamérica? ¿No es acaso una contradicción que pone en evidencia la debilidad de la ley en relación a las muertes anunciadas? ¿El Estado Plurinacional no puede resolver este problema?, ¿es incapaz de hacerlo?

La ley parece ser nuestra panacea circular, de ahí partimos y ahí mismo llegamos, en una suerte de trayecto sin final. Por los datos vistos, no pasa nada, las muertes siguen en ascenso. La violencia con muerte crece y crece…

¿Ha llegado el tiempo de dar dos pasos atrás y uno adelante? ¿Dar dos pasos atrás para ver lo recorrido y experimentado, y uno adelante para cambiar de ubicación táctica y diseñar una nueva ofensiva estratégica?

Hasta ahora, la ley parecía la solución, y se hizo la ley. Al lado de la ley se veía en la Policía y en una novísima Fuerza Especial de Lucha Contra la Violencia (FELCV) el lugar donde la norma jurídica usaría todo su poder para reprimir la violencia. Nos hicimos ilusiones. Sin embargo, jueces y fiscales nos dejan cada día con el sabor amargo de la injusticia.  

Poco o nada nos hemos detenido en ver los lugares donde la violencia se naturaliza, adquiere rango de normalidad, y lo hace con la complicidad de los padres y madres de familia, de maestros y maestras. Y esos lugares donde la violencia se naturaliza están a dos pasos de nuestras casas. Esos lugares son los cibercafés.

Una vez adentro, hay un mundo lleno de lenguaje verbal violento, de agresiones y groserías por doquier, desde el “mierda!”, hasta el “hijo de p…”; desde el “te voy a romper”, hasta el “te voy a matar…”. La violencia verbal convertida en lenguaje natural en los jueguitos de guerra nos muestra que ser genocida virtual es de “machos”. De ahí a la violencia física contra la mujer es un paso demasiado pequeño, está caminando entre cuadernos, celulares, libros y lapiceros, los celus y la tele donde ser mujer es cuestión de rating, bastante normal en los reality shows y que se multiplican por mil con las paginas triple XXX.

De las redes sociales ni qué decir. Ese lugar no se toma en cuenta para los datos, pero es ahí donde la violencia escrituraria o verbal se torna en ejercicio cotidiano de quienes pretenden mostrar su hombría a costa de la dignidad ajena.

La cosificación de la mujer, la violencia naturalizada, el patriarcado subterráneo y aquel que está a flor de piel, la imposibilidad de controlar páginas para adultos, el baile estereotipado por modelos hegemónicos no coincidentes con la realidad, el bombardeo de telenovelas y las redes sociales son el lugar donde la mujer es todo… menos mujer. Estas son solo las aristas de un problema mucho mayor, la lógica del capital y su renta expansiva a costa de la mujer y de su vida.

¿Que los padres tenemos una enorme responsabilidad en el futuro de nuestros hijos? Claro que sí. Tenemos la obligación de velar por nuestras hijas, cuidarlas y enseñarles a cuidarse de la violencia. Los padres tenemos la obligación de exigir que los cibercafés pongan letreros que prohíban el lenguaje violento.

¿Que las redes sociales deben regularse? Sí, no es tolerable que a título de libertad de expresión las redes diseminen el odio como única forma de la masculinidad. No podemos dejar que nos descerebren en beneficio del capitalismo; el patriarcado genocida debe ser enfrentado en todo lugar. No queremos que el feminicidio sea el lugar preferido de las muertes anunciadas.