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Jeff y Bolivia

En su libro El Fin de la Pobreza (2005), el economista estadounidense Jeffrey Sachs detalla su relación con Bolivia, lugar donde arrancó su ascendente travesía ambulatoria como “cirujano de emergencias” para el mundo en desarrollo.

En julio de 1985, Jeff tenía apenas 30 años, cuando el boliviano David Blanco, un exalumno suyo, se le acercó para invitarlo a un seminario sobre nuestro país. Sachs era por entonces “una promesa”. Cinco años antes había firmado su primer contrato de trabajo como profesor adjunto en la Universidad de Harvard, donde concluyó sus estudios de corrido hasta el doctorado.

Aquel año, Bolivia empezaba a ser mención reiterada en las ponencias académicas del Primer Mundo. Un gobierno de izquierda, autor de la recuperación democrática, no había sido capaz de evitar que el país batiera récords universales en depreciación de su moneda. Ante el desastre, se decidió adelantar las elecciones. El 6 de agosto de ese año, una nueva administración debía enfrentar el desplome del poder adquisitivo del dinero; era una apuesta al “todo o nada”: o se hundía o se consagraba por décadas.

Sachs fue al seminario atraído por la magnitud del embrollo. Una vez allí, conoció a dos bolivianos más: Carlos Iturralde, quien luego sería canciller y embajador en Washington; y a Ronald MacLean, que más tarde se convertiría en alcalde de La Paz. Cuando Sachs expuso un par de ideas sobre cómo vencer una inflación en cualquier sitio del mundo, el trío de bolivianos le recordó que “hacer es la mejor forma de decir”.

Semanas más tarde, Jeff recibió la apremiante llamada de MacLean: “Ganamos las elecciones, haz tus maletas”. En La Paz, Sachs redactó un plan para sus nuevos amigos, debía ser la hoja de ruta para el primer gobierno democrático de Banzer.  Mayor fue su sorpresa al enterarse de que no era el exdictador, sino Paz Estenssoro quien juraba a su cuarta presidencia. El sistema semiparlamentario boliviano arrojaba su primera sorpresa, designando no al ganador, sino al articulador de una mayoría en el Congreso.

Encogidos de hombros, MacLean, Iturralde y Blanco “obsequiaron” el plan Sachs al nuevo gobierno. “Víctor Paz quiere verte”, habrá sido la frase que Gonzalo Sánchez de Lozada despachó en su primera conversación con Boston. Sachs se convertía, pese a los inesperados relevos presidenciales, en el asesor “estrella” del Gobierno boliviano. La fórmula aplicada suena hoy tan sencilla que resulta increíble que Maduro no la aplique desde Caracas. Sachs prescribió un choque, el mismo que funcionó en Alemania allá por 1923. Se ordenó un “gasolinazo”, que llenó las arcas estatales de manera inmediata, cortó lazos con el Banco Central para no recibir más papel moneda, y acabó con el agujero en el presupuesto. Transcurría el 29 de agosto de 1985 y los dirigentes sindicales en resistencia desfilaban en las prisiones, hecho que el libro prefiere olvidar.

Sachs fue llamado de “urgencia” a Bolivia en diciembre. La inflación estaba de regreso. Entonces, ya con Sánchez de Lozada como ministro, la nueva idea consistía en subastar a diario las reservas internacionales de divisas; control retomado. El éxito permitió 20 años de neoliberalismo en condiciones semiapacibles. En su libro, Sachs reconoce que no basta con estabilizar la moneda. Goni y él pelearon a gritos hasta 1987 para cancelar la deuda externa de Bolivia, y pusieron en pie, con dinero del Banco Mundial, el Fondo Social de Emergencia, a fin de paliar el desempleo agravado por el cierre de las minas de estaño. Sachs cree que aquella fue su conversión de asesor de ajustes estructurales a economista del desarrollo. Desde entonces respalda también una salida al mar para Bolivia. Fue su recompensa por pelearse de vez en cuando con el Fondo Monetario Internacional…

es periodista.