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Preparar la vejez

Mujeres y hombres de la tercera edad que aún tienen a sus padres vivos llevan la misión de atenderlos, acompañarlos y, dejando su condición de hijos, convertirse en cuidadores de quienes les dieron la vida. Si los padres de estos adultos mayores están enfermos, la tarea de cuidado es mucho más dura, y peor aún si no hay otros familiares que alivianen la labor de bañar, alimentar, medicar, escuchar, calmar los dolores del cuerpo y los del alma. No es nada fácil.

Hace unos días, un amigo de 66 años hablaba de su madre de 93, enferma con Alzheimer. Agobiado decía que su mamá le repite todo el día una sola idea, le hace una pregunta que él responde, e inmediatamente ella vuelve a preguntar. Al final del día, o mejor dicho en la madrugada, termina agotado tanto física como mentalmente.

Otra persona, hija única, de 63 años que cuida a su padre y a su madre, ambos con demencia senil, tiene que lidiar con la pelea que mantienen entre sí, no se hablan durante semanas, por lo que la hija debe repartirse entre la habitación de la madre, de 88 años, que pide la lleven al lado de su mamá como si fuera una niña; y el padre que enloquece con los gritos de su esposa.

Mi vida ha cambiado totalmente, dice una mujer de 62 años que regresó del extranjero después de 30 años con el único propósito de cuidar a su madre enferma para alivio de sus hermanos, todos casados y con hijos. “Mi mamita es dulce, dice ella, pero no puedo salir de la casa, no duerme, ni come si yo no estoy. Solo permite que yo la bañe y la cambie… Estoy mal de la columna… pero qué le vamos a hacer”.

La población de Bolivia está envejeciendo y no de la mejor manera. Según datos del Censo de 2012, el 6,2% de la población es mayor de 65 años. Mientras que la esperanza de vida al nacer es de 67 años para los varones y de 70 para las mujeres. No nos preparamos para envejecer, como tampoco estamos preparados para las tareas de cuidado que terminan convirtiéndose en demoledoras batallas de sentimientos encontrados entre el amor, los deseos de atender y el tormento de escuchar las mismas quejas, y de lidiar con los sobresaltos que dan esos cuerpos gastados, mermados por la enfermedad.

¿Cómo hacer para que, como decía Joan Manuel Serrat, los viejos no sean “fantasmas con memoria”? Debería ser política pública que la población llegue en mejores condiciones de salud a la vejez. Las familias también deberían prepararse para atender a los ancianos que están bajo su responsabilidad, buscando paliativos que les permitan no maltratarse mutuamente. Una política de Estado pendiente es recuperar su experiencia, sabiduría y la capacidad laboral de quienes estén en condiciones de hacerlo, para que se sientan útiles y de esa manera, tanto física como mentalmente, mantengan dignidad.