Magros resultados de la cumbre del G20
La reciente cumbre del G20 en Hamburgo puso en evidencia el déficit de gobernanza que caracteriza a la situación internacional en estos momentos. Los resultados de dicho encuentro se comparan muy desfavorablemente con el formidable despliegue de recursos financieros, políticos y logísticos realizado por el país anfitrión en la fase preparatoria y en el desarrollo del evento. El inesperado vandalismo de grupos anarquistas violentos ciertamente ensombreció el encuentro de los jefes de Estado, pero perjudicó asimismo la recepción de los mensajes y demandas de las movilizaciones pacíficas de protesta de organizaciones ambientalistas y anticapitalistas.
Con las nuevas orientaciones de la política exterior de Estados Unidos y los preparativos para la negociación del brexit, se sabía que la cumbre del G20 de este año solo podía aspirar a evitar retrocesos mayores con respecto a los compromisos adoptados en la cumbre anterior en China, lo cual es aproximadamente lo que logró negociar la canciller Merkel, puesto que existía incluso la posibilidad de que no se obtenga el consenso suficiente para un comunicado final.
La escueta referencia en dicho comunicado a la situación de la economía internacional presupone que la crisis financiera global de 2008 ya ha sido superada, motivo por el cual se postula la continuidad de las políticas monetarias de apoyo al crecimiento y de austeridad fiscal, en lugar de encarar las reformas imprescindibles del sistema financiero internacional, así como el cambio de enfoque respecto de países atrapados en situaciones de grave endeudamiento, como es el caso de Grecia y otros.
La reunión de Hamburgo ha demostrado que el G20 no contiene una representación adecuada de las diferentes zonas del mundo y sus respectivos problemas, a pesar de que los países participantes ostentan más de dos terceras partes de la producción y de la población del mundo.
Los graves desequilibrios sociales que siguen presentes en América Latina y África difícilmente podrán corregirse si la nueva normalidad de la economía internacional consiste en un nivel de crecimiento en torno al 2% anual en los países industrializados y un poco más del 3% como promedio global, atribuible en gran medida a la gravitación del crecimiento de China y de otras economías del eje Asia-Pacífico.
Las economías latinoamericanas están en un momento crítico, puesto que varios países se debaten en medio de severas crisis económicas, políticas e institucionales; además de que la región en su conjunto muestra importantes rezagos en materia de infraestructura física, desarrollo tecnológico y preocupantes brechas de calidad en los sistemas educativos y universitarios. No obstante, la región está ausente como tal para todos los fines prácticos en las discusiones internacionales, debido a la parálisis de sus mecanismos de coordinación, en vista de los problemas de corrupción y debilitamiento institucional que afectan a varias naciones latinoamericanas.
A menos que en América Latina se adopten estrategias y políticas económicas orientadas a dinamizar el intercambio comercial recíproco y la interdependencia real de sus economías mediante proyectos de infraestructura y cooperación adecuados a las nuevas condiciones económicas y geopolíticas imperantes en el mundo, su gravitación relativa en el comercio y la producción mundiales seguirá menguando en el futuro. Cabe esperar, sin embargo, que la región acompañe con iniciativas apropiadas la preparación de la siguiente cumbre del G20, que se llevará a cabo el próximo año en Argentina. En tal contexto, se esperaría que en su calidad de anfitrión el vecino país tome las iniciativas correspondientes para aumentar la presencia latinoamericana en el mecanismo del G20, al menos en sus fases preparatorias.