En Colombia hay 4.000 armas menos. Son los fusiles, las pistolas, los lanzagranadas de los guerrilleros de las FARC, ese puñado de muchachos que amanece a una vida distinta, como los describió Pepe Mujica. El expresidente uruguayo quería hablar con ellos en otro día histórico para el país, pero el mal tiempo se lo impidió. Así que les envió unas palabras que ni la lluvia pudo evitar que resonaran en toda América Latina. Con suerte, se escucharon en el resto del mundo.

“Colombia es un país potencialmente maravilloso, pero la mayor responsabilidad la tiene su pueblo”, dijo. A los que se dirigió se peleaban en Twitter entre la emoción de quienes ya no tendrán que vivir bajo las balas y los que encuentran la traición y el castrochavismo en cada esquina de un argumento. “No se puede vivir eternamente en la desconfianza”, les recordó a los colombianos. “Hay que aprender a caminar con el peso de los problemas irreparables”. Pero la sordera de algunos es tan dura que, aunque se envuelven en la bandera de Colombia, acaban escupiendo a sus propios colores llevados por la rabia.

Quedan pocos días para que el recuerdo de medio siglo de guerra se quede en los libros de historia. Las FARC han dejado todas sus armas. La política ahora es su única vía de confrontación. No importa si el mundo mira hacia el norte, los colombianos no perderán de vista lo que les han prometido. La factura que han pagado con la vida de sus familiares es una deuda irremediable. Pero, como asegura Mujica: “A la vida hay que decirle mañana”.