La nueva ‘revu’
Del miedo se pasó a la fiesta, a los souvenirs, a los pósters de cada federación, sexo y borrachera...
Bienvenidos camaradas al The walking tour Karl Marx, una caminata de 9.000 segundos, 2.222 metros y 7.426 palabras, decía el guía de turismo portando una bandera roja. Ésta es una de las atracciones de Londres; el corazón del capitalismo en el siglo 19, ciudad elegida por aquel alemán fugitivo como residencia. Allí está también su tumba y adosada a la monumental lápida se deja leer el letrero RIP, que no alude a la frase rest in peace, sino a rent, interest and profit.
El turismo revolucionario en Bolivia se centra en La Higuera. Allí se rememora al Che, aquel fantasma que aparecía en cada conflicto armado, el terror de las dictaduras que sostenían con vida al liberalismo en el siglo 20 y la fuente de inspiración de los jóvenes hartados del sistema. El Che era sinónimo de rebeldía. Recuerdo 1985, cuando el camba Suárez y otros miembros de la Unión Juvenil Cruceñista dieron una pateadura a un grupo de estudiantes de secundaria por andar con poleras del Che; así como el haber amanecido en la Octava División del Ejército por pintar en un muro: “El Che vive, vuelve y vencerá”.
Sin embargo, en 1987 ese fantasma fue arrancado de las selvas de América Latina. La Organización Continental Latinoamericana y del Caribe de Estudiantes (OCLAE) le dio un lugar geográfico con la marcha desde Córdova hasta la Sierra Maestra. Eran tiempos en que la izquierda menguaba, la Unión Soviética se derrumbaba y Cuba estaba más aislada que nunca. El liberalismo deseaba deshacerse de sus socios dictadores para imponer como valor universal la ficción de la democracia representativa. El Che ya no era necesario como fantasma, sino como un héroe revolucionario. Entonces, bajo un clima belicoso de arrestos y de intimidación por parte del Ejército, se descubrió un busto del Che regalado por la UGRM, que fue exhibido junto a discursos de fe. Pero después siguió el vacío del regreso. Del miedo se pasó a la fiesta, a los souvenirs, pósters de cada federación, sexo y borrachera… el hedonismo de la rebeldía que todo estudiante quiere vivir.
La caminata a La Higuera se repitió cada año, ya sin la presencia del Ejército. Los restos del Che fueron encontrados y llevados a Cuba; y ahora el lugar donde combatió y murió se ha convertido en un verdadero tour con todas de la ley. El Che dejó de ser un mito, porque ha perdido la narración. Se ha convertido en una marca, igual que Coca-Cola o Michael Jackson. La narración ya no importa. La marca surge de la adoración. Y al prescindir de la narración, esa marca se vuelve un producto de consumo. Hoy, nadie te dará una pateadura por vestir la polera del Che. Portar su efigie carece de mensaje, es pura estética de lo bonito y coqueto. El año pasado, las fotografías de neonazis vistiendo poleras del Che mientras protestaban contra la llegada de refugiados sirios causó revuelo. También las fotografías de combatientes del Estado Islámico con poleras del Che. Lo común es ver cantantes con poleras del Che, futbolistas con tatuajes del Che, paquetes de condones en Amsterdam con estampados de su rostro. El mito del Che ha desaparecido y por culpa de sus adoradores, no del poderoso supermercado capitalista.
The Walking tour Karl Marx pasa por el Picadilly Circus, donde se ofrecen funciones del joven filósofo; luego por un club de danza del poste, donde antes estaba la taberna The Red Lion, en la que Marx y Engels escribieron el Manifiesto Comunista. Más allá, en el China Town se encuentra la peluquería de Karl Marx, en la que se observa un letrero que alerta “Private property: keep out”. Después sigue el departamento de Dean Street donde Marx y su aristocrática mujer, Jenny, vivieron. El tour termina en The British Museum, donde Marx escribió El Capital, libro que ahora se compra en Amazonas como objeto decorativo. Todos contentos, en especial los turistas chinos. La caminata ofrece inspiración. Nunca antes la lucha de clases fue tan divertida.