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El trigo nuestro de cada día

Para mejorar la producción de alimentos hay que trabajar en innovación, infraestructura y recursos.

/ 21 de julio de 2017 / 04:00

Bolivia celebra hoy el Día Nacional del Trigo, conmemoración propicia para pensar en el desarrollo de la agricultura, una de las herramientas más poderosas para acabar con la pobreza extrema, promover la prosperidad compartida y alimentar a una población mundial que se proyecta alcanzará los 9.700 millones de personas en 2050.

No obstante, para que el sector pueda alcanzar su potencial, hacerse más productivo y resiliente al cambio climático, será fundamental trabajar en innovación, infraestructura y recursos. Solo de esta manera se podrá mejorar la condición de vida de los productores, quienes lograrán, por su parte, generar mejores fuentes de empleo, así como construir cadenas de valor inclusivas y eficientes y mejorar la seguridad alimentaria, produciendo alimentos suficientes, seguros y nutritivos para la población.   Así lo entiende el Banco Mundial. Por ello, en Bolivia hemos apoyado al Instituto Nacional de Innovación Agropecuaria y Forestal (INIAF), a través del Proyecto de Innovación y Servicios Agrícolas (PISA), que acaba de finalizar exitosamente.

El trigo, en todas sus formas, constituye parte primordial de la dieta alimentaria nacional. Sin embargo, actualmente Bolivia enfrenta un déficit de producción de cerca del 60% de este cereal para cubrir la demanda interna, razón por la cual el resto se importa. Ante este contexto, el INIAF ha puesto en marcha el Programa Nacional de Trigo que, en un trabajo conjunto con aliados estratégicos nacionales, como la Asociación de Productores de Oleaginosas y Trigo (Anapo), e internacionales, como el Centro de Mejoramiento de Maíz y Trigo (Cimmyt); busca fortalecer la producción nacional en cantidad y calidad, mediante la validación y distribución de tecnología y la oferta de servicios.  

Bajo este esquema se han desarrollado cuatro nuevas variedades de trigo que, registradas y puestas a disposición de los productores, son resistentes a enfermedades y sequías y tienen rendimientos promedio en campo que superan variedades tradicionales en un 100%. Las perspectivas de aumentar la producción de trigo son prometedoras.

Yesera, una de las variedades registradas, está biofortificada con micronutrientes (hierro y zinc), y permitirá combatir la deficiencia en la población respecto a minerales esenciales, conocida como “hambre oculta”. Su impacto será importante en la nutrición de la población más pobre del país. La variedad Totora ha mostrado beneficios económicos tangibles para productores que la utilizan con una tasa interna de retorno de más del 20% en condiciones de campo. Otro hito del PISA ha sido el equipamiento del Laboratorio de Calidad de Trigo en Montero, el único laboratorio en el país que ofrece el servicio de análisis de calidad panadera a través de equipos de última generación.

Pero ¿cuál es el camino para mejorar la producción? Principalmente, la incorporación de más y mejor tecnología. Es por ello que INIAF debe continuar la provisión y difusión de mejores materiales genéticos y técnicas de producción modernas.

Además de estos desafíos, INIAF debe masificar las variedades que ya han comenzado a ser adoptadas. Ello implica multiplicar la semilla de alta calidad genética, de modo que exista suficiente abastecimiento para todos los productores. Dado su enorme potencial, será óptimo que las nuevas variedades vayan progresivamente remplazando a las tradicionales.

Hoy en día, el desarrollo y la difusión de tecnología requiere trabajo en red, en colaboración con instituciones tecnológicas y cercanamente con los productores, quienes constituyen los principales actores para adoptar estas nuevas tecnologías.

En definitiva, mejorar y proteger la producción responsable y sostenible del milenario cereal es tarea pendiente. Los avances logrados, a través de la investigación, permiten afirmar que ésta es la vía más adecuada en un contexto de riesgo, caracterizado por el surgimiento de nuevas enfermedades, sequías y otros efectos por causa del cambio climático. 

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Globalización y desigualdad

El verdadero reto es mitigar los efectos más negativos de la globalización sin caer en políticas de aislamiento

/ 3 de septiembre de 2017 / 14:01

La caída del muro de Berlín en 1989 da inicio simbólico a la fase más intensa de la globalización. Desde entonces, las interdependencias económicas, sociales, culturales, políticas y tecnológicas han ido en aumento. El exbloque soviético, China e India se han integrado progresivamente a la economía mundial con el consiguiente y vertiginoso incremento de la oferta de mano de obra de bajo costo. Casi al mismo tiempo, en 1980, se inició una nueva revolución, esta vez no industrial, pero sí tecnológica. Pero ¿a quién han beneficiado estos cambios sistémicos y quiénes, en cambio, se han visto perjudicados?

Entre los ganadores están, sin duda, las clases medias de países emergentes como China, India, Tailandia, Vietnam e Indonesia, cuyo ingreso per cápita se ha duplicado entre finales de 1980 y 2008. Aunque en términos absolutos éstos tienen aún un ingreso bastante inferior al de las clases medias occidentales, su nivel de vida ha mejorado notablemente en el lapso de una sola generación. 

El segundo segmento “ganador” es el de los súper ricos (el 1% más rico del planeta, en gran parte conformado por ciudadanos de países industrializados), cuyo ingreso ha aumentado en un 65% durante el mismo periodo.

Entre los perdedores, en cambio, están las clases medias bajas de los países occidentales, que han visto estancarse o empeorar sus condiciones económicas y las de sus hijos, convertidos con frecuencia en víctimas del desempleo o subempleo.

Dos elementos importantes emergen de este análisis. Ante todo, la globalización ha contribuido de manera determinante a reducir la brecha económica entre países ricos y pobres. Éste es un aspecto positivo. La desigualdad global entre países se ha reducido notablemente, luego de haber ido en aumento por casi 200 años, entre 1800 y 1980.

La difusión de la tecnología y la apertura de los mercados del norte a los países del sur del mundo ha favorecido al crecimiento económico de estos últimos. Los sectores intensivos en mano de obra se han transferido allí donde ésta cuesta menos. Así también, las actividades más especializadas como el desarrollo de programas de software y las prácticas de contabilidad se han trasladado a los países emergentes, gracias al progreso en la tecnología de la comunicación y de la información. Estos cambios han arrancado a millones de personas de la pobreza y han reducido la separación entre el mundo occidental y los países en vías de desarrollo.

Sin embargo, al mismo tiempo, la globalización ha acentuado la desigualdad al interior de los países industrializados, donde, después de 1980, ha comenzado a crecer inexorablemente. Las clases medias bajas de los países ricos (los perdedores de la globalización, como hemos visto) han sufrido una competencia despiadada de aquellas de los países emergentes, donde el costo de la mano de obra es considerablemente inferior.

Las economías avanzadas, mientras tanto, se han especializado en productos de alta intensidad de capital, que requieren de personal altamente calificado. Esto no ha hecho más que acrecentar los rendimientos de los propietarios del capital y de aquellos que tienen un elevado nivel de instrucción y de especialización; vulnerando aún más a los trabajadores no especializados, aumentando las diferencias entre las clases sociales y alimentando el malestar y el voto protesta.

La ironía es que han sido justamente las clases medias occidentales las que apoyaron, por lo menos en el mundo anglosajón, a las políticas económicas de apertura de los mercados y de desregularización promovidas en su tiempo por Margaret Thatcher en Inglaterra y Ronald Reagan en Estados Unidos. Y es plausible suponer que sean justamente los perdedores de la globalización de hoy, al menos en parte, los promotores del brexit y los que apoyan a Trump.

Para concluir, considero que el verdadero reto es mitigar los efectos más negativos de la globalización, sin caer en políticas de aislamiento. La historia, como siempre, enseña. En 1400, China era la nación más poderosa de nuestro planeta, pero perdió este lugar cuando su emperador, temiendo una invasión mongol, decidió construir la gran muralla, expulsó a los extranjeros y retiró a la flota que estaba explorando los océanos, dando un golpe mortal al floreciente comercio internacional que había contribuido de forma determinante a enriquecer a esta nación y a sus ciudadanos.

(El texto refleja la opinión personal del autor y no es atribuible al Banco Mundial, ni a los países que lo constituyen o a los ejecutivos que los representan).

Es representante del Banco Mundial en Bolivia.

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Mujeres rurales, punta de lanza del desarrollo

En el ámbito mundial, las disparidades de género en el campo de la agricultura se mantienen.

/ 8 de marzo de 2017 / 05:05

El Día Internacional de la Mujer es una de las fechas más importantes para el mundo y, en particular, para el ámbito del desarrollo. Este año el tema de debate de la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer de la ONU será: El empoderamiento económico de las mujeres en el cambiante mundo del trabajo. Planteo en este contexto un breve análisis sobre la participación de las mujeres bolivianas del área rural en los procesos productivos, con un enfoque específico en la actividad agropecuaria.

Las mujeres son un pilar de la productividad en el campo. De acuerdo al Instituto Nacional de Estadística, 1,6 millones de mujeres bolivianas viven en zonas rurales y, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), estas mujeres producen cerca de la mitad de los alimentos que consumimos en el país.

En Bolivia y en el resto del mundo, el Banco Mundial impulsa proyectos que apoyan los derechos de las mujeres y atienden diversas esferas de su desarrollo. El énfasis es en las áreas rurales, donde históricamente se registran los índices más altos de pobreza y desigualdad.

El Proyecto de Inversión Comunitaria en Áreas Rurales (PICAR) es un buen ejemplo. Su objetivo es mejorar el acceso a infraestructura y servicios básicos sostenibles en algunos de los municipios más pobres de Bolivia. Las mujeres son las protagonistas: identifican las necesidades de sus comunidades, priorizan, administran, contratan y vigilan la ejecución de las tareas, y rinden cuentas.

En el mismo sector, el Proyecto de Alianzas Rurales (PAR) se ha convertido en modelo de inclusión socioeconómica y de género. Las productoras han mejorado el acceso de sus productos a mercados, a través del establecimiento de alianzas que se transforman en mayores ingresos para sus hogares. Ellas reciben capacitación y asistencia y lideran estos procesos.

Aún hay desafíos. A través del Proyecto de Innovación y Servicios Agropecuarios (PISA) se ha buscado apoyar al Instituto Nacional de Innovación Agropecuaria y Forestal (INIAF) a promover la contratación de investigadoras, los resultados fueron disímiles. Hemos aprendido que la inclusión en este campo abarca tareas que van desde fomentar el acceso a la educación terciaria y especialización, hasta eliminar obstáculos (a veces no explícitos) para el reclutamiento e incorporar un enfoque de género en la programación del trabajo. Facilitar el avance de mujeres científicas en un sector tradicionalmente masculino requiere tiempo.

Estamos conscientes de que el empoderamiento de las mujeres es un proceso que nace en el interior de ellas mismas antes de propagarse a lo colectivo, que puede ser motivado externamente, pero que su desarrollo depende de una decisión propia. Nos enfocamos en apoyar la creación de contextos más adecuados, generar condiciones de participación, crear nuevos conocimientos, fortalecer y proyectar las capacidades de las mujeres rurales para que sean la punta de lanza del desarrollo.

Nuestros estudios establecen que, en el ámbito mundial, las disparidades de género en el campo de la agricultura se mantienen. Las mujeres tienen terrenos más pequeños y menos productivos y están sujetas a normas, usos y costumbres discriminatorios que limitan sus opciones, incluida la capacidad de poseer o heredar bienes, acceder a la tecnología, al crédito o a los fertilizantes, todos ellos elementos necesarios para hacer sus negocios más rentables y productivos.
Frente a este panorama de avances y desafíos, estamos convencidos que liberar el potencial productivo de las mujeres rurales abre una gran oportunidad para luchar contra la pobreza, promover la prosperidad compartida y lograr un crecimiento económico sostenible en beneficio de todos.

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