Una taza de café, una cámara fotográfica y hasta una recorrido por el legado de Da Vinci y Picasso fueron el complemento perfecto para una amena charla.

Entre risas y anécdotas, me hizo comprender que tomar una fotografía no es solamente apretar el obturador de una cámara y capturar imágenes para imprimirlas en un papel fotográfico y luego archivarlas en un álbum. Tomar imágenes de manera mecánica para acumularlas en la memoria del celular o el ordenador es impedir que las fotos trasciendan en el tiempo.

Me explicó que el congelar momentos en la retina de las personas, pero con un mensaje, solo se puede lograr exhibiendo esas fotografías sobre los acontecimientos importantes que vivimos con nuestras familias en las paredes de nuestros hogares.

Todos necesitamos ver y exponer nuestras emociones. El ser humano, por naturaleza, tiene la imperiosa necesidad de expresar el amor y el afecto a la familia, y no hay mejor forma que hacerlo con una fotografía familiar profesional que permita que esas emociones se transformen en imágenes que quedarán como un legado.

En una fotografía familiar de un padre y una madre rodeados de sus hijos, ¿cuál de los pequeños de ese retrato será un delincuente o un drogadicto?, me preguntó. ¡Ninguno!, afirmó, porque le estamos enseñando, mediante esa fotografía familiar, los valores de respeto entre padres e hijos, la motivación de los hijos al sentido de unión y pertenencia; estamos inculcando a los hijos a que cada vez que vean esa fotografía en la pared de su casa deseen formar una familia llena de valores y respeto.

Usted, querido lector, se preguntará quién fue la persona que compartió conmigo una gran enseñanza de vida y de amor por la familia. Solo puedo decirle que Gilmar Maccagnan es un gran fotógrafo reconocido en el ámbito mundial, pero no por retratar a presidentes o personajes importantes, sino por esa es filosofía profunda que plasma al momento de retratar a una familia.

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