El embrujo de la Isla del Sol
La pugna en la Isla del Sol revela un espíritu capitalista definido por la monetización de lo místico.
![](https://www.la-razon.com/wp-content/themes/lr-genosha/assets/img/no-image.png)
En días recientes, la prensa dio a conocer un problema suscitado entre dos comunidades que habitan la Isla del Sol, en el lago Titicaca. En el sitio arqueológico La Chinkana, comunarios de Challa habían construido cinco estructuras turísticas contraviniendo las disposiciones de la Ley de Patrimonio, por lo que comunarios de Challapampa se dieron a la tarea de demoler dos de esas edificaciones. Ante tal medida, los comunarios de Challa tomaron la Isla del Sol bloqueando las vías lacustre y terrestre e impidiendo el turismo. Lastimosamente la prensa no dio a conocer más detalles del problema, pero el mismo constituye un pretexto para reflexionar el estado de uno de los principales centros turísticos de nuestro departamento.
Copacabana es el puerto de ingreso a la Isla del Sol y ambos embrujan a los visitantes por su mítico sentido. Para “nosotros” es quizá la referencia más cercana de lo que sería una playa de mar; embarcar las lanchas encalladas para surcar las aguas azules del Titikaka, cuyo contacto con las manos ofrece la posibilidad de palpar nuestra sangre ancestral, es parte de las postales vivenciales que puede producir tan enigmático y emblemático lugar. Quien se lleva en la memoria esa vivencia suele revivirla a través de narraciones fantásticas de su estadía en la parte norte o sur de la isla, pues ambas parecen abrazar con su embrujo natural, cual si uno se encontrara en la estrecha cercanía de la Madre Tierra y el Padre Sol. Los portales de internet para viajeros dan cuenta de esas narraciones, e indudablemente se convierten en fuentes de atracción de más turismo, pues la fantástica impresión del visitante dista de lo que nosotros sentimos solo como parte de nuestro ajayu. Es más, el embrujo del lugar despertó en algunos turistas el deseo de recluirse en un sitio quizá alejado del mundo civilizado, mas no por ello antimoderno ni mucho menos ajeno a los valores capitalistas.
En efecto, si bien la península de Copacabana resulta representativa de la industria sin chimenea en el departamento de La Paz, constituye un verdadero enclave económico disfrazado de misticismo, cuyas ganancias no conocidas públicamente favorecen a emprendedores no precisamente locales que operan en la rama hotelera, restaurantera y de transportes, no repercutiendo ello en el mejoramiento del lugar. La Isla del Sol es, por su parte, el complemento aparentemente contradictorio de dicho enclave, porque si bien, como señalan los comunarios del lugar, sus habitantes viven del turismo, en ella las condiciones para la estadía turística son mucho más limitadas. Pero parece que ello es así no solo por la carencia de condiciones materiales, sino porque esas limitadas condiciones permiten la obtención de ganancia al punto de provocar enajenación monetista.
Uno de los mensajes más llamativos que aparecen en los planos de recorrido del lugar ejemplifica ese hecho, al recomendar al visitante que evite dar dinero a quien se lo pida, ya que niños y personas mayores llegaron a monetizar su entorno. Pero incluso la falta de condiciones funciona como un mecanismo de ganancia, porque para quienes ofrecen servicios limitados aplica el dicho: “te voy a pagar más, no hay problema”. Cualquiera que visite la Isla del Sol, lo que parece no ocurrir con los personeros del Ministerio de Culturas (quienes dicen alentar el turismo de base comunitaria o de gestión comunitaria), encontrará así un mercado plagado de pequeños negocios regulados simplemente por la disponibilidad de dinero y el ansia de ganancia.
En ese sentido, el problema recientemente acaecido en la Isla del Sol evidencia un espíritu del capitalismo definido por la monetización de lo místico, por lo que el problema consiste en una simple puja de intereses.