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Cuando la autoridad pasa de padres a hijos

Se escucha con naturalidad y frecuencia decir a los padres sentirse amigos y cómplices incondicionales de sus hijos. Esta relación está atravesada por la confidencialidad entre ambos, en la cual, sin discriminación respecto a cuestiones de la vida íntima de los padres, el hijo termina siendo convocado a un lugar de consejero.

Tan solo con detenerse a observar cómo se dirige un niño o un adolescente a sus padres uno puede percibir que ha quedado lejos la asimetría que caracterizaba las relaciones padre-hijo de años atrás, asimetría necesaria para que los primeros puedan ser padres y no niños. Los progenitores no son iguales a sus hijos: la necesidad de asimetría es fundamental en una familia para que no se demande a los niños comportarse como adultos o se les permita todo.

Hoy en día tenemos grandes variaciones respecto de la familia tradicional, por ejemplo, familias homoparentales (padres de un mismo sexo) o monoparentales (un niño y un solo padre). Evidentemente las funciones y conformaciones familiares están cambiando. Silenciosamente, en estos sistemas familiares los roles de los integrantes se están trastocando. Una característica común de los nuevos modelos de familia es que la autoridad ha cambiado de sitio. Incluso en los modelos tradicionales (padre, madre, niños) en los que la autoridad recaía por lo general sobre la figura del padre (aunque también en la madre o en otro adulto en muchos casos) se han intercambiado posiciones, y la autoridad termina siendo del niño.

Más allá de las limitaciones propias que cada padre puede tener para asumir esta posición, las razones externas, sociales, que favorecen a esta cuestión las encontramos en el mercado, la tecnología y la ciencia. Para tomar un ejemplo del mercado, las publicidades de los programas infantiles están dirigidas a los niños; pero no así la programación. Para el mercado, el niño es un consumidor a quien venderle.

De esta manera, las “pruebas” de amor que este pequeño gran consumidor espera de sus padres están sujetas a su capacidad/interés de satisfacer su apetito insaciable. Entonces, ¿en quién recae la autoridad? ¡En el niño!, quien demanda a sus padres incansablemente objetos, ya que ninguno colma lo que promete.

El lugar de padres tiene que ver con comprometerse y sostener la palabra, poner límites, limitar los desbordes y excesos que ponen en riesgo al propio niño y su tránsito hacia la autonomía. Esto se lleva a cabo desde el lugar de autoridad, no desde el autoritarismo. Frecuentemente los padres confunden estos conceptos y no asumen un rol de autoridad temiendo caer en posiciones autoritarias.

Desde “ser padres” también se transmite algo mucho más esencial que la satisfacción inmediata, que es el interés, la curiosidad. Asimismo este rol tiene que ver con tener más experiencias, con haber vivido más, con tener deseos propios y diferenciarlos de los de los hijos. Históricamente la familia es el lugar que recibe al recién nacido, que le transmite un nombre, los cuidados, el lenguaje, la forma de hablar y también los límites, lo que está permitido y lo que no.

Para los padres de hoy constituye un gran desafío asumir esta posición, a la que sus hijos muchas veces los convocan, a veces sin advertirlo, insistentemente, para regular sus desbordes, su no-límite. Hay que remarcar que un límite tiene que ver con el amor, con transmitirle a un niño lo que puede hacer y aquello que no le es lícito; siempre desde un lugar de autoridad que prodiga un cuidado amoroso hacia él.