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Así nomás es el oficio que elegí

Al terminar el colegio me pregunté, ¿qué haré de mi vida? Algunos de mis amigos y amigas se casaron por cumplir con la wawa, unos se inclinaron por trabajar o emprender un negocio; una decena terminó en Brasil o Argentina trabajando en costura u otros rubros; y otros, quizá los más afortunados, decidieron estudiar una carrera profesional. En ese entonces decidí ser periodista.

Los años en la universidad pasaron volando, el camino ya estaba marcado. Terminé la carrera y se dio la oportunidad de trabajar en el periódico La Razón. Escribir en un medio impreso es ciertamente una labor complicada. Hay que ir ganando experiencia, ésta es fundamental a la hora de moverse entre los vericuetos de la información y datos que necesitas mostrar a los lectores.

Las horas que uno pasa en las redacciones sorprenden. En este tiempo he podido verificar cómo las mañanas se vuelven tardes; las tardes, noches y las noches, madrugadas; y los redactores y editores, inmutables al tiempo, siguen y siguen con su labor.

El estrés es ley; la mala alimentación por el poco tiempo es común; los enfados y molestias por un título, por un enfoque, por un dato erróneo son cotidianos; y el tiempo es un villano que amenaza constantemente. A pesar de ello, también hay cosas que destacar y situaciones que traen felicidad. Existe un evidente compañerismo y sentido de colaboración. “¿Tienes el numerito de tal ministro?”, “¿Vos que sabes de cifras me ayudas con este porcentaje?”, “¿Te sirve este audio de la conferencia de tal autoridad?… son algunas de las muestras del apoyo que existe entre los periodistas. Al final del día, reconoces que los compañeros con los que compartes jornada a jornada son casi tu familia.

Hay una palabra que asusta a más de un redactor y editor: turno. Los turnos se dan cada cierto tiempo (cada cuatro semanas en nuestro caso), están los de fin de semana (que implican trabajar los sábados y domingos) y los turnos de feriados.
El reto en sí no es el cansancio que genera la labor, el reto es dejar la casa en fin de semana, dejar a la familia. Decir que no podrás estar en el matrimonio de tu primo. Lo difícil es no estar en el almuerzo familiar del domingo. Lo complicado es hacerle entender a tu sobrino o hijo que no podrás cantarle el feliz cumpleaños en su té piñata. No es una queja ni mucho menos, simplemente dedico estas líneas a algo que nunca hacen los periodistas, escribir sobre sus propias vidas.

Así nomás es el oficio que elegí, con todo lo que implica este maravilloso trabajo, que “Me ha ayudado a establecer un estrecho contacto con la vida y me ha enseñado a escribir”, como diría García Márquez.