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El mundo en una encrucijada

La situación en el mundo no es estable ni previsible. Al contrario, la tensión a nivel global y regional sigue creciendo. Es evidente la erosión del derecho internacional, los intentos de usar el factor fuerza para promover intereses propios de modo unilateral, fortalecer su propia seguridad a cuenta de la de otros, y frenar con todos los medios posibles la formación de un orden mundial policéntrico. Tales acciones perjudican a nuestro objetivo común: la necesidad de aunar esfuerzos para luchar contra las amenazas reales en vez de las inventadas.

Cabe destacar que Rusia cumplió a conciencia sus “deberes” encaminados a eliminar los vestigios de la Guerra Fría, y aportando bastante a reforzar la confianza y la comprensión mutua en la región euro-atlántica y en el mundo en general. Entre los avances más importantes me gustaría señalar nuestro papel decisivo, sin temor a exageración, en la unificación de Alemania, la retirada de tropas de las naciones del este de Europa y de los países bálticos. Todo este tiempo hemos jugado limpio, sin tener doble intención ni doble agenda. Merece la pena señalar que en gran medida, gracias a nuestra política aplicada a lo largo de los últimos 25 años, los europeos han podido ahorrar fondos colosales, reduciendo gastos para la defensa y destinándolos al fomento de la prosperidad de sus ciudadanos.

Hoy queda patente que el modelo liberal de la globalización que arraigó a principios de los 90 y, sobre todo, su componente económico que busca el liderazgo y la prosperidad de un reducido grupo de Estados a costa del resto del mundo no da más de sí. Este modelo ha demostrado inestabilidad ante distintos retos, así como su incapacidad para solucionar de forma eficaz numerosos problemas, por muy nobles que sean los lemas proclamados.

La adopción de un nuevo modelo industrial y tecnológico abrió ante la humanidad posibilidades adicionales, pero no logró reducir el desnivel en el desarrollo entre los países ricos y pobres. En las últimas décadas el abismo que los separa no hizo sino ahondarse. Se mantiene además la volatilidad de la economía y las finanzas mundiales. El cambio climático también entraña graves peligros. La pobreza, la vulnerabilidad social y la competencia incesante propician casi en todas las esferas el aislamiento, el proteccionismo, el nacionalismo, el extremismo y procesos migratorios incontrolados.

La otra cara del modelo de la “occidentalización” y del imperante deseo de cambiar al mundo en función de su propia escala de valores, llegando incluso a recurrir a la fuerza para cambiar los regímenes indeseables, es la intensificación del terrorismo internacional. A su vez, los sangrientos atentados que están azotando distintas partes del mundo, junto con la grave crisis migratoria en Europa, evidencia lo ilusorio que es el intento de crear islotes de seguridad, de mantenerse al margen de todo o de solucionar los problemas existentes sin basarse para ello en la cooperación multilateral.

Es evidente que en un futuro no muy lejano el mundo seguirá enfrentándose a una serie de problemas de largo alcance comunes para toda la civilización. El presidente de Rusia, Vladimir Putin, señaló recientemente en el Foro Económico Internacional de San Petersburgo que no debemos ni tenemos el derecho de desperdiciar nuestras fuerzas y nuestro tiempo en peleas, conflictos y rencillas geopolíticas. Hacen falta actitudes sabias y sopesadas que contengan el deseo de dominar a nivel global y a la viciosa práctica del “doble rasero”.

Hoy todos somos participantes en el proceso de formación de un modelo policéntrico. Seguramente todos coincidirán en que es una tendencia natural relacionada con la redistribución del equilibrio global de la fuerza y con el aumento en el mundo actual del papel de la cultura y de la identidad civilizatoria. Nos interesa a todos no frenar dicho proceso, sino más bien garantizar su sostenibilidad y predictibilidad, para que el nuevo modelo mundial, renovado y purificado con base en los principios recogidos en la Carta de la ONU, sea justo y democrático, y la globalización asuma una función unificadora, tomando en consideración los intereses de todos los participantes de la interacción internacional y propiciando la estabilidad y la seguridad del futuro de la humanidad.

El surgimiento de nuevos centros de poderío económico y militar supone un grado más alto de confianza que es imposible de conseguir, si no son respetados los principios fundamentales de la vida internacional, como la soberanía de los Estados, la no intervención en sus asuntos internos y la solución de las disputas por la vía pacífica.

Urge llegar a un acuerdo sobre la interpretación única de los principios y las normas del derecho internacional. Es difícil de subestimar en este sentido el papel de la ONU, portadora de la legitimidad universal. Las experiencias más recientes han puesto de manifiesto que medidas solidarias respaldadas por autoridades de la ONU vía resoluciones del Consejo de Seguridad son capaces de garantizar soluciones a los problemas más complicados.

Sin lugar a dudas, los intentos de adaptar al siglo XXI los institutos propios de la época de confrontación bipolar van a fracasar. Así, la OTAN sigue fiel a la lógica de la Guerra Fría, buscando justificar su propia existencia. Al mismo tiempo, se ha visto incapaz de reaccionar de manera adecuada al principal reto de la actualidad: el terrorismo. Sin embargo, con su actuación, la OTAN ha desestabilizado la seguridad europea y sigue haciéndolo; lo que indudablemente entra en contradicción con las aspiraciones de los europeos.

Las relaciones internacionales se encuentran hoy en una encrucijada, y del camino que sigamos dependerá la situación que el mundo vivirá dentro de 15 o 20 años. Si continuamos perdiendo el tiempo, los recursos y los fondos, no tardará en surgir una nueva carrera armamentista, junto a la ampliación de las zonas de inestabilidad y del caos. La otra opción es que los principales centros de la civilización alcancen un acuerdo basado en la cooperación internacional y el papel coordinador de la ONU. Rusia opta por el segundo guion. Estamos siempre abiertos a la cooperación con quien desee mantenerla para poder dar una solución eficaz a los problemas del desarrollo mundial. Estamos a favor del esfuerzo colectivo y multilateral encaminado a reforzar la seguridad y establecer una cooperación paritaria y de mutuo beneficio. Sabemos que la mayoría de los miembros de la comunidad internacional comparten esta postura.

Rusia seguirá defendiendo y promoviendo en los asuntos internacionales una agenda pacífica, positiva y orientada al futuro, velando por el equilibrio y la estabilidad global. Reforzaremos nuestra interacción con los países del G-20, los BRICS, la OCS, la UEE y las asociaciones del espacio postsoviético, donde no hay líderes ni “mandados”, sino que las decisiones son tomadas con base en el consenso y el respeto a los intereses de todos los Estados miembros.

Seguiremos contribuyendo a fortalecer principios sanos en los asuntos internacionales, y a formar una nueva arquitectura de gestión global que refleje las exigencias del siglo XXI. Estamos dispuestos a trabajar en conjunto, buscar juntos las soluciones a los desafíos que afrontamos todos nosotros con base en la igualdad, el respeto mutuo y el respeto de los intereses recíprocos. Exhortamos a todos nuestros socios a adoptar este camino; cualquier otro nos llevará a un callejón sin salida.

El 20 de agosto culminará la responsabilidad que me confió el Gobierno de Rusia en el Estado Plurinacional de Bolivia. Aprovecho la oportunidad para manifestar mi sincero aprecio y agradecimiento a la directora de La Razón, la señora Claudia Benavente, por el apoyo y la colaboración brindados a los esfuerzos profesionales de la representación diplomática a mi cargo.