Nacer tarde
No me quejo, pero puestos a escoger quizá me hubiera gustado vivir en los años 30 e ir a luchar junto a la España republicana en las célebres brigadas internacionales. Claro está, influye en mí la cantidad de poetas formados al calor de esa República que cambiaría la historia y que tendría que enterrar a millones de muertos. Con 30 años de menos me interesaba sobre todo el momento histórico, la lucha de los anarquistas y de los trotskistas del Partido Obrero de Unificación Marxista, las traiciones del stalinismo. Eran tiempos de Rebelión en la granja, de Orwell, y de ¿Por quién doblan las campanas?, del gran Hemingway y, por supuesto, del Miguel Hernández y su “nacerá nuestro hijo con el puño cerrado”.
Con 20 años de menos las búsquedas fueron tras Federico García Lorca, su pasión por lo popular, simbolizado por el mundo gitano, su capacidad de convertir en arte las tragedias de los celos en Bodas de sangre y de denunciar el machismo más absurdo en La casa de Bernarda Alba y en Yerma. Y mutaron a El viejo y el mar de ese gran retratista de perdedores que fue el viejo Hem. Ya no era Roberto Jordán de la Brigada de combatientes norteamericanos Abraham Lincoln, sino Santiago un pescador que lucha contra el destino. Ambos pierden, ambos ganan la inmortalidad.
Pero ahora, aún reconociendo que los avances de la humanidad se deben a las revoluciones, me interesa más la vida de los revolucionarios, su tragedia, esa terrible constatación de que la revolución termina devorando a sus hijos, y que detrás de cada revolucionario hay un comisario.
Y por eso he leído con fascinación y tristeza la vida de William Aalto (con doble “a”, pues era de origen finlandés) un brigadista que se cubrió de gloria luchando contra el fascismo en España (al mando de 30 guerrilleros rescató a 300 republicanos y los llevó a tierra de los leales); y luego combatiendo a los nazis en la OSS, las fuerzas de inteligencia norteamericanas que actuaron en la Segunda Guerra Mundial.
Fue un revolucionario de gran mérito, pero al igual que Federico García Lorca y tantos otros era homosexual. Y los stalinistas, los nazis, y los macartistas estadounidenses perseguían a los gais, y por eso lo expulsaron del PC y de los servicios de inteligencia de Estados Unidos. En los años 60 pasó lo mismo en la Cuba revolucionaria y Leonardo Padura lo denuncia en Máscaras.
Claro, igual me gustaría haber combatido en Terruel, en la ciudad Universitaria o en el Ebro junto a los brigadistas importándome poco su forma de amar mientras se ame a los demás porque, como dice Álvaro García Linera, la diferencia entre los religiosos y los revolucionarios es que los primeros sueñan con salvarse y los segundos, con salvar a los otros