La identificación obsesiva, paroxística, del enemigo y, en consecuencia, la permanente apelación a la confrontación han jugado un papel decisivo tanto en la emergencia del MAS como en su gestión de gobierno. En sus frecuentes discursos, Evo y Álvaro revelan conspiraciones que provienen de la derecha, el neoliberalismo, el izquierdismo, el imperio o de la “media luna”. El enemigo no siempre está “afuera”; a veces, cada vez con mayor frecuencia, se lo descubre infiltrado en los propios rangos del partido oficialista. Es ubicuo, astuto y emplea mil máscaras.

De hecho, y más allá del MAS, la construcción del enemigo es el fundamento de lo político, como lo destacó el oscuro jurista Carl Schmitt hace más de un siglo. El “otro constitutivo” es la referencia negativa que permite discriminar la frontera entre amigos y enemigos. Esta lógica binaria es imprescindible para construir las identidades políticas. Por supuesto el enemigo debe ser estigmatizado hasta convertirse en un chivo expiatorio: es feo, huele mal, es insidioso y, sobre todo, nunca descansa.

Álvaro García Linera ha construido un nuevo enemigo interno: el “medioambientalista colonial elitista”. Esta etiqueta designa a un personaje poderoso, financiado desde el “norte” para instalar una “idea oligárquica” que niega las necesidades de los colectivos indígenas. El ecologista es un personaje insidioso en tanto se opone al progreso y al desarrollo con argumentos seductores; es además peligroso porque sus medias verdades desconciertan y siembran la duda.

Me resulta chocante y paradójico que el defensor del medioambiente sea considerado como alguien hostil a la sociedad, particularmente después de la frase más famosa e inteligente de Evo: los derechos de la naturaleza son más importantes que los derechos humanos. Ese concepto pareció inaugurar una nueva visión sobre el progreso y el desarrollo, radicalmente critica al capitalismo, pero tardó poco en revelarse como una proposición instrumental, un artilugio retórico destinado a acumular prestigio ante el interlocutor europeo. Los “medioambientalistas” dejaron de ser aliados y se convirtieron en los adversarios perfectos.

Otra paradoja: el Estado Plurinacional se ha fundado en nombre de los indígenas y sus derechos colectivos. Pero la relación entre ambos, lejos de ser virtuosa, está modulada por una política de intercambio: recursos públicos a cambio de lealtad política, y en desmedro de su autonomía política. ¿Los indígenas que no aceptan esa transacción son ahora nuestros enemigos íntimos como los ecologistas?

La lógica amigo-enemigo es eficaz, pero también es insaciable, pues debe alimentarse constantemente con nuevos peligros y con nuevos adversarios. Si no existieran, tendrían que inventarlos, por razones de Estado.