Los falsos dimes y diretes del extractivismo
La ruptura de la dependencia extrema a las materias primas es una cuestión de largo plazo.
Se dice que las exportaciones bolivianas están altamente concentradas, pero en realidad es un hecho poco novedoso. Los cinco principales productos de exportación (el gas, zinc, oro, plata y soya) concentran cerca del 70% del valor total de ventas al exterior. Esta realidad la venimos arrastrando durante décadas, a pesar de que hubo espumosos intentos de diversificación en el pasado.
También se dice que los modelos estatistas promueven la concentración de exportaciones en materias primas, y que se trata de un mal congénito catalogado como la maldición de los recursos naturales. Es decir, países con abundancia de recursos crecen más lento que aquellos que no los tienen. La contribución de los sectores extractivos en el crecimiento del PIB no ha cambiado en Bolivia. Los sectores de petróleo, gas y minerales mantienen una participación promedio de 12% del total entre 1990-2005 y 2006-2016, con la diferencia de que en el último periodo el crecimiento del PIB fue 2% más, debido al incremento de los sectores no extractivos. Por lo que resulta inapropiado tildar al modelo económico actual de extractivista.
Se dice asimismo que los países más prósperos son aquellos que promueven exclusivamente las exportaciones privadas. Colombia, Chile y Perú, a pesar de su vocación de gestionar acuerdos de libre comercio, facilitar la inversión extranjera directa (IED) y tipos de cambio flexibles, mantienen altas sus exportaciones en cuatro o cinco productos (64%, 58% y 57%). Estas medidas se hicieron en Bolivia en el viejo modelo privatizador que promovió flujos de capitales en los rubros extractivos, y no por ello se logró diversificar y otorgar mayor valor agregado a las exportaciones.
Esta concentración de productos está fundamentada en el principio de la ventaja comparativa, según la cual los países se especializan en lo más eficiente, por eso las naciones en vías de desarrollo se dedican a la extracción de materias primas y los desarrollados, a la producción de bienes de capital y tecnología. Por esta razón no sorprende que entre los principales productos de exportación de Chile y Perú esté el cobre; en Colombia y Ecuador, las flores y en Brasil, Argentina y Paraguay, la soya.
Esta teoría obvió los efectos redistributivos que se producen en países dependientes de materias primas, donde la tendencia secular es al deterioro de sus términos de intercambio; al aumento de los costos de acceso al capital, lo que condiciona el crecimiento; y la volatilidad de precios internacionales, que introduce efectos desestabilizadores, por cuanto tener exportaciones en pocos productos es una apuesta muy arriesgada al desarrollo. Es por esta razón que la estrategia de diversificar las exportaciones es correcta, pero la idea que algún día dejaremos de depender de las materias primas es otro “dícese” más ideológico antes que económico.
Se dice incorrectamente que el actual modelo induce una mayor dependencia a la exportación de materias primas. Está claro que Bolivia goza de abundantes recursos naturales, y prescindir de ellos en la estrategia de desarrollo sería irrealista. La idea de producir recursos naturales hoy no quiere decir que el modelo sea extractivista. La verdadera estrategia se basa en utilizar los excedentes para generar un crecimiento sostenido con base en el propio mercado y la industrialización de dichos recursos. Es por eso que los recursos naturales son una bendición cuando se sabe administrarlos.
Finalmente, se dice que el proceso de industrialización no llega. El fracaso de los años 90 en Bolivia y la evidencia de otros países dan cuenta que la ruptura de la dependencia extrema a las materias primas es una cuestión de largo plazo. Incluso las economías exitosas de Asia tuvieron que esperar décadas para cosechar los frutos. En Bolivia este largo camino ya se ha iniciado hace varios años.