El libro La guerrilla del Che, cuya primera edición en español fue publicada en 1975, ofrece una posibilidad única de entender los acontecimientos históricos del intento revolucionario que se produjo en Bolivia hace 50 años. Su escritor, Regis Debray, quien participó en la misma guerrilla, consigna un invalorable punto de vista procedente del ámbito de quienes creyeron que la del Che era una batalla justa, y parece dialogar con las objeciones hechas por los que querían derrotar aquella cruzada, como las expresadas por el general Gary Prado, jefe de la operación militar que capturó y mató al guerrillero argentino, en su libro La guerrilla inmolada, publicado en 1987.

En aquel texto, Prado afirma que existe una evidente contradicción entre el pensamiento del Che y la práctica realizada efectivamente por la guerrilla de Ñancahuazú liderada por el revolucionario cubano-argentino. Por ejemplo, según cuanto escribió el mismo Guevara en su libro Guerra de guerrillas, un método no puede ser un proyecto guerrillero exitoso si en el país hay un gobierno elegido en las urnas (y éste era el caso del gobierno de Barrientos de entonces); no se puede lograr una victoria sin una fuerte base popular en el lugar de combate (lo que también faltó); carreteras y ferrocarriles son lugares absolutamente estratégicos que conquistar (y los guerrilleros no se esforzaron por ocuparlos, según Prado); fraccionar la unidad de la guerrilla está prohibido (y esto es lo que supuestamente hizo el Che al nombrar una segunda columna comandada por el guerrillero Joaquín).

Debray parece responder directamente a tales cuestionamientos de Prado, pese a que fueron formulados muchos años después de la publicación de La guerrilla del Che. Esto porque el intelectual francés antepone a su análisis la consideración de que la guerrilla boliviana no respetó las enseñanzas del Che.

El marxista francés propuso como principal explicación de tal divergencia la falta de coordinación con las luchas populares que en por entonces se estaban organizando en Bolivia, en particular con las del sector minero, en el oeste del país. La ausencia de una eficaz colaboración con los que sufrieron la masacre de San Juan, el 24 de junio de 1967, fue la debilidad más fuerte de la guerrilla, pese a que los mineros expresaron más de una vez, de manera formal, su apoyo a las operaciones del Che en Ñancahuazú.

Esta deficiencia se debió principalmente, según Debray, al fraccionamiento de las fuerzas comunistas en Bolivia. La principal responsabilidad de tal situación es identificada en el Partido Comunista Boliviano (PCB) y en su máximo dirigente, Mario Monje, descrito por el francés como un personaje cuya ambición política destrozó los ideales de lucha. Monje y el PCB son considerados responsables del alejamiento de otros partidos (el PRIN de Juan Lechín Oquendo, el POR de Guillermo Lora, el PCML de Óscar Zamora) que podrían haber ayudado a la guerrilla y que no lo hicieron, porque el Che se comprometió con Monje y con guerrilleros procedentes de su partido en la fase de preparación de la lucha.

Por esta razón no se pudieron enfrentar adecuadamente ciertos imprevistos, como  la inesperada ofensiva del Ejército boliviano, que obligó a empezar la guerrilla antes de lo programado; así como la falta de alimentos adecuados. Por estas circunstancias el Che se vio obligado a fraccionar la guerrilla para poder tener una columna de retaguardia (que idealmente debería haber sido la población local), y a buscar constantemente alimentos, lo que les impidió dedicarse a ocupar carreteras y ferrocarriles. En este sentido, se puede entender por qué los guerrilleros, a llegar a Samaipata (Santa Cruz), se dedicaron a buscar alimentos y no a ocupar el estratégico camino que se encuentra en aquella localidad.