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¿Trabajo decente en firmas multinacionales?

Los gobiernos buscan atraer inversión extranjera por los efectos positivos que ésta supone.

/ 3 de septiembre de 2017 / 14:00

La región de las Américas es un polo atractivo para la inversión extranjera directa (IED). En 2012 y 2013 seis de sus economías (Estados Unidos, Brasil, Canadá, México, Chile y Colombia) figuraron entre las 20 principales economías receptoras de IED del mundo. EEUU y los Estados miembros de la Unión Europea son los mayores inversores a la hora de invertir en la región.

El sector terciario, o actividades económicas que proporcionan servicios a consumidores y empresas, es el principal sector receptor de la inversión extranjera directa en América Latina y el Caribe. El sector primario, que hace uso directo de los recursos naturales, es más importante para las economías de América del Sur.

Ahora bien, el impacto de la IED en el trabajo decente ha generado un debate considerable. En general, los gobiernos fundamentan sus estrategias para atraer inversión extranjera basados en la expectativa de los efectos positivos que ésta tendrá, sobre todo en la creación de empleo, en mejores condiciones de trabajo, en la productividad y los salarios, en la transferencia de tecnología y el aumento de las competencias de la fuerza laboral, entre otros.  

Tanto la adopción y la aplicación efectiva de las normas internacionales del trabajo como la promoción del diálogo social pueden evitar una carrera descendente en el empeño por atraer IED y por lograr el crecimiento económico.

Un instrumento internacional adoptado por gobiernos, trabajadores y empleadores que versa sobre el comportamiento empresarial en el mundo del trabajo es la Declaración tripartita de principios sobre las empresas multinacionales y la política social (Declaración EMN) de la OIT, actualizada este año.

Esta declaración abarca cinco ámbitos en los que las empresas, mediante sus inversiones y operaciones, pueden hacer importantes contribuciones. Éstas hacen referencia a la política general de los países (respecto a las normas internacionales y diálogo entre países de origen y anfitriones de la IED); promoción del empleo; formación profesional; condiciones de trabajo y de vida (salarios, prestaciones y SST); y relaciones laborales (libertad sindical, negociación colectiva, entre otros).

Las recomendaciones de la Declaración EMN están dirigidas a empresas, gobiernos y organizaciones de empleadores y trabajadores, y apuntan a lograr un mayor alineamiento entre las políticas nacionales de desarrollo y las políticas corporativas.

También existen otros instrumentos y marcos internacionales que promueven la actividad de la IED responsable y sostenible, como los principios rectores de la ONU sobre las empresas y los derechos humanos, las líneas directrices de la OCDE para las empresas multinacionales y el Pacto Mundial de las Naciones Unidas.

Todo este cuerpo de recomendaciones garantiza que las empresas a nivel global reciban un mensaje consistente sobre las cuestiones laborales y de empleo, en el marco de la agenda 2030 de las Naciones Unidas, en concreto con la consecución del Objetivo 8 de Promoción del Trabajo Decente.

Es coordinador país de la Oficina de la OIT para los Países Andinos.

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Ser mujer en el mundo del trabajo

Urge eliminar todas las formas de violencia y acoso contra las mujeres en las esferas públicas y privadas. La equidad de género representa un elemento indisociable del desarrollo humano sostenible.

/ 29 de noviembre de 2018 / 03:49

La perspectiva de género no surgió de forma espontánea en las escuelas de desarrollo, sino que fue fruto del trabajo de los movimientos de mujeres. Asimismo, la incorporación de la perspectiva de género al desarrollo está ligada al avance de los derechos de las mujeres en el ámbito internacional, a través de las diversas conferencias internacionales de las Naciones Unidas, como por ejemplo, la Primera Conferencia Internacional de la Mujer, celebrada en México en 1975.

En los setenta confluyeron dos elementos que marcaron un hito en la introducción de la perspectiva de género en el desarrollo. Por un lado, el enfoque de las necesidades básicas promovido por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y, por otro, el auge de los movimientos feministas, los cuales influyeron en la labor de Naciones Unidas a favor de las mujeres para ayudar a introducir la problemática de género en la agenda política internacional. Asimismo, durante los años setenta, a través de los encuentros internacionales de Naciones Unidas se denunciaron los programas de desarrollo que no solo no favorecían la igualdad de género, sino que perpetuaban la discriminación de las mujeres. Por lo tanto, si se agrupan las diferentes formas de entender el desarrollo desde una perspectiva de género, a partir de los años setenta, aunque incurramos en cierta simplificación, se pueden diferenciar dos grandes enfoques, denominados mujer en el desarrollo y género en el desarrollo.

El enfoque de mujeres en el desarrollo, establecido a principios de los años setenta en el marco de la Década de la Mujer de Naciones Unidas, tuvo como misión ofrecer una alternativa a los enfoques de desarrollo ortodoxos con el fin de lograr integrar a las mujeres en esos mismos enfoques. Esta visión englobó tres planteamientos teóricos: el enfoque de igualdad de oportunidades, el enfoque antipobreza y el enfoque de eficiencia. Aunque los tres enfoques tienen ciertas características comunes, el de igualdad de oportunidades o de equidad se diferenció de los otros dos porque trató de corregir las desigualdades sociales entre hombres y mujeres. Por el contrario, el enfoque antipobreza y el de eficiencia partieron del supuesto de incorporación de las mujeres en el proceso de desarrollo, argumentando que es necesaria esta integración porque la exclusión de las mujeres es ineficiente para el sistema económico, ya que éstas son la mitad de los recursos humanos productivos, los cuales se encuentran mayoritariamente infrautilizados.

Así pues, las características que comparten las concepciones que integran el enfoque de mujeres en el desarrollo se centran en el papel productivo de las mujeres. Desde esta perspectiva se entiende que las mujeres son sujetos activos, productivos y merecedores de empleo e ingresos. Y se considera que, en buena medida, han estado excluidas del desarrollo como consecuencia de la división sexual del trabajo, ya que socialmente se les asigna el trabajo reproductivo no pagado y se les margina del trabajo productivo y de las esferas públicas. Por consiguiente, este modelo planteaba la necesidad de incorporar a las mujeres al mercado laboral para que tengan acceso a los beneficios del desarrollo.

El objetivo en este enfoque fue por tanto la integración de las mujeres en el proceso de desarrollo existente sin cuestionar esta concepción. De esta manera, los proyectos que se ponían en marcha desde esta perspectiva dificultaban e incluso empeoraban la situación de las mujeres. De hecho, muchos de los proyectos ejecutados en países en vías de desarrollo desde este punto de vista implicaron un aumento de la carga de trabajo para las mujeres, puesto que la población femenina no se liberaba de sus responsabilidades reproductivas ni se replanteaba el papel de los hombres en estas tareas. En consecuencia, este enfoque empezó a ser cuestionado en los ochenta, sobre todo por poner excesivo énfasis en el mercado y entender que la solución a los problemas de las mujeres pasaba por su integración laboral, así como por no alterar los roles tradicionales de género en el hogar ni las relaciones sociales desiguales entre hombres y mujeres.

Así pues, como reacción a estos problemas que presentaba la concepción mujeres en el desarrollo, a principios de los noventa surgió el enfoque denominado género en el desarrollo. Este nuevo enfoque considera que el principal obstáculo al desarrollo igualitario es el hecho de que las mujeres están discriminadas socialmente. Por tanto, con un planteamiento mucho más ambicioso que el del enfoque anterior, trató de que los proyectos y actuaciones de desarrollo fuesen dirigidos a transformar las relaciones desiguales entre mujeres y hombres, y a construir relaciones de género igualitarias.

Una de las estrategias más interesantes que propone el enfoque de género en el desarrollo para lograr transformar las relaciones desiguales entre hombres y mujeres es lo que se conoce como empoderamiento. De este modo, las estrategias que propone el enfoque de género en el desarrollo, que se asumieron internacionalmente en la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer realizada en Beijing en 1995, se orientan a promover la equidad entre hombres y mujeres, fundamentalmente en el acceso y en el control de los recursos. Además, este enfoque considera que la equidad de género representa un elemento indisociable del desarrollo humano sostenible.

De esta manera, el concepto de desarrollo humano se ha visto ampliado para abarcar procesos de equidad y de empoderamiento de las mujeres. No en vano, como señala el Informe sobre Desarrollo Humano de 1995 del PNUD, desde una perspectiva de género, el concepto de desarrollo humano está formulado como un marco de pensamiento que sustenta, a través de los derechos humanos, los principios de ampliación de las opciones y de la equidad de las personas.  

Este enfoque se reflejó en gran medida en el Objetivo de Desarrollo del Milenio (ODM) número tres entre el 2001-2015, para promover la igualdad entre los sexos y la autonomía de la mujer. Sin embargo, movimientos como el de Marcha Mundial de las Mujeres (2005) publicó un documento donde se señala la ausencia de metas e indicadores de empoderamiento, salvo el dato de la presencia de mujeres en los parlamentos nacionales. Se criticó que el tratamiento de las cuestiones de género se centrara en un solo objetivo, cuando debería ser un tema transversal, ya que estas desigualdades atravesaban todos los ODM, debiendo ser contempladas en cada uno de ellos. La ausencia del problema de la violencia de género o el abandono de un enfoque de derechos, incluidos los sexuales y reproductivos, fueron también objeto de cuestionamiento por los movimientos feministas.

De esta manera, la ampliación del concepto de desarrollo humano sostenible que trata de abordar multidimensionalmente varios aspectos del bienestar incluye en la Agenda 2030 la importancia de transversalizar el género en todos sus Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), manteniendo uno independiente. Este objetivo, el número cinco, plantea claramente la eliminación de la discriminación y aborda dimensiones muy relevantes relativas a la autonomía de las mujeres: económica, política, sexual y reproductiva, así como vivir una vida libre de violencia.

En el marco de esta línea de eliminar todas las formas de violencia y acoso contra las mujeres en las esferas públicas y privadas, organizaciones de trabajadores, empleadores y gobiernos de todo el mundo se encuentran en un debate, utilizando la plataforma de la OIT, para contar con un nuevo instrumento o instrumentos normativos internacionales que aborden la violencia y el acoso en el mundo del trabajo, estableciendo responsabilidades claras para los empleadores en los sectores público y privado, los trabajadores y sus organizaciones respectivas y los gobiernos, propiciando así estrategias conjuntas y modalidades de colaboración.

En definitiva, los enfoques de desarrollo van ampliándose en la práctica para terminar de comprender que igualdad de género es desarrollo sostenible. Los problemas de las mujeres ya no pasan por temas como la integración laboral, como bien defendía el enfoque de mujer en el desarrollo, ahora van en todas las direcciones. En el mundo del trabajo, la lucha contra la violencia de género es un pequeño ejemplo de cómo esta ampliación de paradigma aborda la temática. 

* PHD en estudios del desarrollo, es coordinador país de la oficina de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) para los países andinos.

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Futuro del trabajo vs. pobreza

‘La pobreza en cualquier lugar constituye un peligro para la prosperidad de todos’

/ 23 de abril de 2017 / 04:00

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) lanzará en 2019 una nueva declaración sobre el futuro del trabajo, conmemorando sus 100 años de fundación. Las causas y consecuencias de la Primera Guerra Mundial motivaron la creación de este organismo; en otras palabras, la injusticia social a nivel global. Un siglo después, estas motivaciones siguen vigentes.

Por ejemplo, en 1944, un año después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, el escenario económico en el mundo no era nada esperanzador, lo que ocasionó que la OIT lanzará una nueva declaración, denominada “de Filadelfia” con cuatro grandes principios: “el trabajo no es una mercancía”, “la libertad de expresión y de asociación son esenciales para el progreso constante”, “la pobreza en cualquier lugar constituye un peligro para la prosperidad de todos” y “la lucha con incesante energía dentro de cada nación y mediante un esfuerzo internacional es necesaria, a fin de promover el bienestar común”.

A pesar de este gran mensaje con un claro enfoque de lucha contra la pobreza, la teoría dominante de desarrollo, en ese entonces Keynesiana (con su concepto básico que señalaba que una demanda agregada insuficiente era la causa del desempleo), no incluía per se estas recomendaciones. Durante esta primera fase pionera del desarrollo de 1944 a 1957, los términos desarrollo y crecimiento económico se manejaban indistintamente en todo el mundo.

Pese a las divergencias teóricas sobre el desarrollo, la agencia de las Naciones Unidas para el mundo del trabajo volvió con fuerza al debate internacional a finales de los 60 con sus principios de Filadelfia, es decir, mejorar la calidad de vida y del empleo de la población en vez de centrar la atención exclusivamente en la expansión de la renta. Así pues en la Conferencia Internacional del Trabajo de 1975 se definió formalmente el Enfoque de las Necesidades Básicas.

Este enfoque, en los años 80, influyó directamente en un nuevo modelo de desarrollo, el cual se refiere a la capacidad de desplegar en mayor medida las capacidades humanas y ampliar el escenario de posibles opciones de cara al futuro. Esta múltiple dimensión del desarrollo ha tratado de captarse, siquiera de forma aproximativa, a través del Índice de Desarrollo Humano formulado por el PNUD en 1990.

Aunque el enfoque de desarrollo humano convive con las nuevas escuelas del crecimiento que siguen obsesionándose en la expansión económica, su influencia permitió la formulación en el  2000 de los ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio, enfocados a erradicar la pobreza y el hambre.

No obstante, grandes desafíos aún quedaron pendientes, y un nuevo impulso surgió en 2016 con el lanzamiento de la Agenda 2030 con los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, divididos en cinco pilares: personas, prosperidad, planeta, paz y alianzas.

La OIT, como en décadas anteriores, volvió a influir a través de organizaciones de empleadores, de trabajadores y gobiernos en la formulación de estos objetivos, en especial del N° 8: crecimiento inclusivo y trabajo decente.En definitiva, varios modelos y objetivos de desarrollo se han generado desde la Primera Guerra Mundial; sin embargo, los problemas más estructurales del planeta se mantienen.

Por ende surge una importante pregunta, ¿en vista a las transformaciones fundamentales del mundo del trabajo, cómo se adaptarán los modelos de desarrollo en el futuro para ponerle fin a la pobreza?

* es coordinador nacional de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en Bolivia y PhD en estudios del desarrollo.

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