El olvido que seremos
Ochenta y cinco años atrás, aproximadamente 200.000 bolivianos ingresaron a un infierno verde para matar o morir. En la actualidad solo un grupo de 33 personas queda con vida. Todos ellos tienen mucho en común: lucharon y luchan por vivir… porque resulta que el olvido también es una de las formas que adquiere la muerte.
El periodista Jorge Quispe se pasó días enteros detrás de un puñado de exsoldados y concluyó exitosamente una nota que se publicó ayer en La Razón. Tras leer su trabajo solo resta decir que aquella conflagración fue “una guerra estúpida”, como la calificó el gran Augusto Céspedes, décadas atrás.
Sí, fue un conflicto bélico ingrato con los sueños de los hombres obligados a alzar las armas contra sus similares paraguayos. Alguno perdió el brazo… otro no puede sacar de su cabeza la pelea contra el hambre y la sed. Ahí está aquel exsoldado que tuvo que esconderse entre los muertos para ser rescatado… Otro, Don Marcelino (en este caso la palabra “Don” va con una mayúscula de orgullo) sigue trabajando, con el centenar de años a cuestas.
Orgullosamente se anima a saludar como un soldado, como si tuviera en frente a un pelotón de camaradas y la tricolor ondeando.Curiosamente una de las historias que recogió Quispe es la de un soldado que fue a la guerra a morir.
Él sigue de pie y lucha por no irse de este mundo.¿En qué se beneficiaron los soldados bolivianos que fueron al Chaco? ¿Fuimos justos con ellos? ¿Si el Estado tratara bien a sus beneméritos, habría alguna necesidad de que Don Marcelino trabaje? Son preguntas que debemos hacernos una y otra vez al volver la mirada hacia la Guerra del Chaco.
Este abandono en el que viven viene de años atrás; pero ahora el tiempo cobra una factura costosa. En realidad, la factura del tiempo siempre es muy alta. Así pues, a mediados de los años 70 solo habían 50.000 soldados de la Guerra del Chaco, es decir solo uno de cada cuatro sobrevivió.
Hay más, la nota que se publicó ayer fue retrasada un par de meses y en ese tiempo hubo otras bajas. Es decir, lastimosamente el libro de la vida de los beneméritos se va quedando sin hojas.
Aún es tiempo de hacerles sentir queridos. Quizás sea tarea del Estado o simplemente de los familiares, o del entorno que vive con ellos. La idea es que se sientan gente importante, como lo que son.¿Cuántos beneméritos quedarán vivos en un lustro? Quizás sean tan pocos que los dedos de las manos alcancen a contarlos. Por eso, y con la nostalgia a flor de piel, es que esta columna le roba una frase al escritor Héctor Abad Faciolince: “El olvido que seremos”.
es periodista