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Nuevos libros nos ayudan a entender que los primeros signos de las épocas trágicas siempre se parecen.

/ 17 de septiembre de 2017 / 03:45

No crean que todo son malas noticias. Hay una que no suele abrir telediarios porque su título sería tan chocante —“Llegan buenos libros a las librerías”— que los espectadores quedarían desconcertados sin noticias de tiburones amenazantes en la playa, retransmisiones en directo de huracanes a ver si se vuela el periodista mismo o pequeñas desgracias vistosas que han saltado del YouTube a los canales de nuestras pantallas como si fueran importantes.

Pero lo cierto es que sí hay noticia, que ése es su título y que el subtítulo en versión libre bien podría ser: “Varios autores aportan reflexiones sobre el pasado con plena vigencia para lo que nos está pasando”.

Lo que nos está pasando es la fractura, el señalamiento del diferente, el miedo a alzar la voz, el silencio como opción y el matonismo. Si todos los que están practicando el juego sucio y los que lo están sufriendo pulsaran por un momento el botón de pausa y dedicaran unas horas a leer, podrían encontrar tres libros nuevos de memorias muy recientes que excavan muy hondo para sacar las razones de heridas profundas que aún nos hace daño. No hace falta llegar a Primo Levi, Klemperer o Bashevis Singer. Hablamos de cosas actuales, de gente como nosotros que aún necesita y busca reparar errores del pasado con literatura. Ojalá aprendiéramos alguna lección.

Monika Zgustova, por ejemplo, reúne en Vestidas para un baile en la nieve (Galaxia) testimonios actuales de mujeres rusas desterradas al gulag. Están vivas, son de carne y hueso y nos aperciben —como diría el Constitucional— no de la ilegalidad de lo que ocurre, sino del peligro de señalar al disidente. El género humano ha hecho cosas terribles que en su momento nadie previó, pero los primeros signos siempre se parecen. Y los que vemos estos días indican que no estamos a salvo.

Robert Seethaler elige la voz sencilla de un aldeano para recoger la incomprensión de los avatares que sufre debido a las malas decisiones de otros, incluida la depredación del territorio, la guerra y el destierro. Toda una vida (Salamandra) es breve, pero intensa, y habla del valor de una existencia, la de cada uno, la única que tenemos al fin y al cabo, frente al peso de la historia. Y Edurne Portela bucea en el conflicto vasco, en la desindustrialización y la implosión de la heroína a través de una familia que podría ser la de casi todos. Mejor la ausencia (Galaxia) también nos ayuda a pensar.

En las tres se trata del valor de la vida simple, o de la simple vida, frente a los que quieren imponernos lo que no queremos. Una reflexión que ojalá hiciéramos todos a cámara lenta estos días. Visto así ¿a que entre todos bien podríamos llenar un telediario?

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Las mujeres tenemos valor y precio

Contratar a una muñeca inflable es poner precio a una imagen cosificada de la mujer

/ 6 de abril de 2017 / 04:13

Ya sabemos que es de necios confundir valor y precio, pero lo cierto es que llueven las razones para confundirnos cuando hablamos de mujeres. La sociedad democrática aún no se había aclarado en el debate sobre la prostitución cuando se estrena en Barcelona un burdel de muñecas hinchables que pone al servicio de los hombres elaboradísimos polímeros en forma de mujeres sexis (pero polímeros, al fin y al cabo) por 120 euros la hora y nos quedamos de una pieza. Valiente juerga unipersonal.

En cualquier foro actual, y actual significa también feminista, el debate sobre la prostitución enfrenta a los partidarios de la prohibición total con los partidarios de su regulación; a los que defienden una multa a los clientes en lugares públicos o la impunidad social y legal que ha imperado siempre en nuestro mundo. Estábamos en esas, decimos, cuando el burdel de Barcelona, que copia una tendencia extendida en Japón y otros países, nos deja atrás y cosifica tanto a la mujer que la sustituye directamente por un maniquí hiperrealista y dócil que no se quejará jamás. El gremio de prostitutas ha reaccionado inmediatamente cuestionando a los objetos sin alma, afecto, mirada, ni piel, ni —por supuesto— “reclamaciones de derechos laborales ni constitucionales”.

Qué triste es tener que defender la fuerza de trabajo, la fuerza de este trabajo, de una cosificación mayor aún; pero qué comprensible se vuelve.

Y es que alguien tiene un problema, Houston. La prostitución ha vuelto a extenderse como forma de diversión entre grupos de jóvenes, perezosos seguramente a la hora de trabajarse una compañía de igual a igual sin la chequera en la mano. Ya no hay excusas morales en un mundo donde todo es accesible. Contratar a una prostituta es poner precio a la compañía de una mujer (o de un hombre) y contratar a una muñeca inflable es poner precio a una imagen cosificada de la mujer. En todos los casos: precio. En muchos: explotación sexual de la mujer. ¿Y el valor?

También tenemos un problema con el valor. Un diputado polaco al que los contribuyentes europeos le pagan su sueldo por defender los intereses de los ciudadanos considera que “las mujeres deben ganar menos”. Janusz Korwin-Mikke, sancionado previamente por un saludo nazi, había atacado ya a negros, a refugiados y ahora les ha tocado a las mujeres. Está contra su derecho a voto y le parece razonable que las mujeres ganen menos que los hombres por su “debilidad”. Los asesinos machistas tampoco reconocen el valor de las mujeres.

El tiempo no va a arreglar todo esto por sí solo. Solo una educación comprometida con la igualdad y una sociedad vigilante minarán el machismo. Y a eso sí conviene ponerle precio. Se llama presupuestos crecientes contra la violencia de género, y no menguantes, y se llama política y enseñanza a favor de la igualdad desde el colegio. Entonces sí habremos creado valor. El valor y el precio correctos.

* es periodista y escritora, editora de Babelia, la revista cultural de El País.

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