Para la mayoría de los economistas el debate sobre el papel del Estado y el mercado en la economía está superado, pareciera que han aceptado con beneplácito el aforismo tanto mercado como sea posible, tanto Estado como sea necesario. No obstante, este debate persistirá por mucho tiempo más, hasta que no se supere las imposturas que en ella persiste.

Señalar que muchos de los adeptos de esta postura intermedia (entre Estado y mercado) se quedan en el mero discurso economicista, legalista, instrumentalista e institucionalista, y aun cuando hagan referencia a la historia económica del país, ésta simplemente se remite a la segunda mitad del siglo XX. ¿Por qué?, porque solo así sostienen y adecúan su postura; ya que les permite criticar —de forma feroz— el periodo estatista (décadas del 50 al 70), y también criticar —aunque de manera leve— el periodo neoliberal (décadas del 80 y 90).  

No obstante, dicha postura tiene un sesgo muy notorio en pro del mercado, y aun cuando reconocen ciertos desequilibrios de los mismos, lo hacen en abstracto, como recordando sus textos de enseñanza; jamás llevan al plano de lo concreto su críticas. En cambio, cuando se trata del Estado, ahí sí hablan en concreto, con nombre y apellido. ¿Por qué? porque aún consideran al Estado como mero gendarme de la economía, el cual solo debería atender políticas sociales y redistributivas. Entonces, tal postura intermedia no es nada más que llevar la ideología del mercado in extremis.

Allá por la década del 90, el sociólogo alemán Norbert Lechner reflexionaba sobre el papel del mercado y del Estado bajo el contexto mundial y regional imperante (derrumbe del Socialismo Real Existente y la instauración de las reformas estructurales de corte neoliberal). Acertadamente, Lechner sostuvo que la razón del Estado tiene que ver con la cuestión nacional o social antes que con la cuestión económica; ya que a diferencia de lo que pasó en Europa, para nuestras realidades latinoamericanas, el capitalismo y por ende el mercado, no se constituyó en un “dato histórico”; es decir, que haya precedido a la conformación de los estados. Antes bien, el estado trató de “instaurar” la modernidad al interior de nuestras sociedades.

El Estado posibilitó la conformación de los mercados y su inserción en la economía mundial a través de la plata, el estaño y el gas. Así pues, la razón del Estado en la sociedad y en la economía radica en la cohesión social y en el desarrollo económico, y no solo en la provisión de bienes públicos o corregir las fallas del mercado. El mercado moderno no se desarrolló por su propia cuenta, sino hasta hace unos 50 años atrás, pero bajo otros términos.

La clase empresarial no pudo competir bajo las reglas del mercado nacional ni mundial. El estado solo sirvió como instrumento: primero de la aristocracia durante el siglo XIX y comienzos del XX; posteriormente, con la naciente burguesía bajo el Estado nacionalista y terminó el siglo XX en alianza entre la tecnoburocracia estatal y el empresariado extranjero y nacional.

Entonces, no basta decir que se trata de un Estado consumista, que es ahuyentador de inversiones o prebendalista; si se quiere ser coherente, también hay que someter al proceso de la crítica al mercado, a esa clase empresarial, que como hay buenos, también hay malos. Hay que someter a juicio, aunque sea in memorian, a quienes corrompieron al Estado, porque tan corrupto es quien recibe como quien ofrece.