México: tragedia, poder y mito
A dos horas con 14 minutos del megasimulacro que se acostumbra realizar cada 19 de septiembre para reforzar la cultura de la prevención, tras el devastador terremoto de 1985, la Ciudad de México volvió a ser sacudida por un sismo de 7.1 grados Richter, luego de que el día 7 sufriera un remezón de magnitud 8.2, pero no de la misma intensidad. De hecho, este último había dejado más de 90 personas muertas en Oaxaca, Chiapas y Tabasco, por lo que en estos y otros estados el simulacro fue suspendido para no generar alarma. Tal vez por ello la alerta sísmica no se activó a tiempo, aunque según los entendidos la fuerza del sismo se debió a la cercanía del epicentro a escasos 120 kilómetros de la ciudad.
Así, tras un simulacro de sobrevivencia que solo suele involucrar a personal de instituciones públicas y privadas no siempre de buena disposición, la tragedia empezó a cubrir la ciudad con la velocidad de una sombra de nubes en una tarde contradictoriamente soleada. Gente despavorida ocupando las vías públicas, algunas de ellas sufriendo colapsos nerviosos que adquiría su tono más macabro en el llanto de niños y la consternación de adultos que desesperados balbuceaban padres nuestros, fue la forma en que aquel sismo trepidatorio y oscilatorio se hizo carne anunciando la posibilidad de una gran hecatombe. Doce días antes no había sucedido, 12 días después revivió la memoria de 1985, aunque no provocando la devastación de aquella trágica ocasión.
Aun así, la consternación se hizo acción colectiva convirtiéndose en poder social a través de la emergencia de espontáneos ejércitos de voluntarios que rápidamente se congregaron en los edificios colapsados. Pero ese ímpetu social se vio contrarrestado por el arribo de especialistas y brigadistas a los lugares devastados simbolizando la presencia del poder político que venía siendo cuestionado por mantenerse en silencio ante la solicitud en redes sociales de que los partidos donaran a las víctimas del sismo del 7 de septiembre, parte del millonario financiamiento público que reciben y que incluso el partido oficialista se negó a efectivizar por declararlo inconstitucional. La reacción ante el poder político tuvo incluso su fiel manifestación en la pateadura que recibió el Delegado de Xochimilco, quien a dos días del temblor, según sus detractores, se presentó en el lugar solamente para “darse un baño de pueblo”.
Y como parte del poder, los medios de comunicación volvieron a mostrar su cuestionada funcionalidad, tocándole nuevamente a Televisa un rol estelar, pues desde muy temprano del segundo día tras el sismo, difundió la noticia de que una niña de nombre Frida Sofía se encontraba atrapada entre los escombros del derruido Colegio Enrique Rébsamen. Es más, dicho medio convirtió a éste y a la niña en símbolo de la tragedia; sin embargo, tras cerca de 30 horas de transmisión casi ininterrumpida desde el simbólico lugar, el Subsecretario de la Marina declaró que tal niña nunca existió, provocando que Televisa se volteara contra el Estado. Calificado como show mediático, ese hecho recordó el caso de “Ponchito” de 1985, un falso niño atrapado entre los escombros, con su abuelo por 20 días. En este caso la cortina de humo sirvió para evadir el rescate de cuerpos sin vida, eliminar el efecto del aumento de la cifra de muertos (que a tras días del sismo llegó a 286), aminorar la verdadera magnitud del desastre y posicionar a figuras políticas presidenciables y al propio gobierno.
Sumado al mito de la niña reapareció también el mito de un estado descentralizado prueba de lo cual es este reporte que solo se centra en la Ciudad de México en la cual todo el mundo puso los ojos, olvidándose del resto de los pueblos devastados.