Preocúpense de cosas serias, no de palabras”, comentó un usuario en una denuncia en Facebook contra una pizzería cruceña que promociona sus productos con frases como “Ninguna cambita cunumi, una cruceña con todas las letras” o, en un juego de tamaños de fuentes y contraste de colores, “Te ponemos en cuatro te damos de a dos”. “No existe ahora sentido del humor, no se puede decir nada”, argumentó un defensor del arte publicitario.  

Quienes hablan varios idiomas pueden dar fe de que cada uno de éstos muestra no solo diferencias gramaticales, morfológicas y de pronunciación, sino cosmovisiones y formas de pensar. Como hablamos, pensamos. Lo que decimos habla de nuestro entorno. Y el nuestro es sexista y discriminador.

El caso no se limita a la mentada pizza, cuya página no ha cedido a las presiones de intelectuales, como la escritora Liliana Colanzi, y aún se muestra orgullosa de su violencia simbólica escudada tras la creatividad. Similar actitud surgió luego de la derrota de Wilstermann, equipo tachado de “clefero”. Nadie se salva: está el “Choli”, por Bolívar, y “Strongay”, por The Strongest. Es pan de cada día: no hallamos mejor forma que denigrar al otro diciéndole que tiene algún rasgo femenino, homosexual o indígena, algo de lo que se supone que hay que avergonzarse: llorar como niña, ser mariquita, mujercita, puta, monja, chola, negra… mientras más población vulnerada esté involucrada en el insulto, mejor. Para ofender mentamos a sus madres, hijas y esposas; las compramos, las regalamos, nos las tiramos. En nuestros desempeño sexual sobre ellas —poniéndolas de a cuatro, haciendo que nos la sople— es que mostramos nuestra superioridad de macho.

Con el lenguaje también mostramos nuestra superioridad sobre otros grupos sociales. A Tomasita Machaca le citamos por su nombre de pila, la prensa bautiza el “Caso Tomasita”. Niños violentados, ancianos y cualquier víctima sufre similar trato. “Es una forma de mostrar empatía por ellos, de proteger su identidad”, argumentan colegas. Si no se desea revelar su identidad, ¿por qué no utilizar apellidos ficticios o iniciales, como con los victimadores? ¿No es más importante el respeto? Ni qué decir de la exhibición de sus rostros, de sus heridas, de su llanto vendedor ante las pantallas de televisión.

Como periodista debo preocuparme por las palabras, son cosa seria. Son mi herramienta y son un reflejo de mi forma de pensar y la de la sociedad. A través de la palabra puedo generar un cambio, puedo hacer que quien me lea no herede prejuicios y formas de pensar. Una frase puede marcar la diferencia.