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Reconciliación

Sin querer queriendo, que decía el Chavo del Ocho, el tema de la “reconciliación”, enfatizado en la columna que, fuera de serie, salió publicada en LR del anterior sábado 9 de septiembre, ha resultado central en la recién concluida visita del papa Francisco a Colombia.

Podrían hacerse estadísticas sobre qué palabra ha sido más utilizada por el Pontífice en sus intervenciones: “paz”, como la meta buscada, o “reconciliación”, como el camino adecuado para lograrla (ver El Tiempo, Bogotá 10.08.2017).

En Colombia, ese país tan internamente dividido tras 60 años de conflictos irresueltos, salpicado de muertos, es más evidente lo que yo ya decía en aquella columna. Cuando el conflicto es tan crónico y ha dejado tantas y tan hondas heridas, lo más urgente es esa tarea lenta de una reconciliación. No es el típico “borrón y cuenta nueva” ni tampoco el fácil recurso de la cárcel: “que se pudra en la cárcel” lo que a veces más bien recalienta y endurece las heridas. El énfasis del papa Francisco en los jóvenes para que trabajen de manera creativa en esa nueva cultura de la reconciliación es parte de lo mismo.

Incluye también otros medios complementarios de reencuentro, empezando por el perdón, pedido por los victimarios y otorgado por las víctimas; o a veces, primero otorgado y recién después aceptado por el agresor. Como hemos visto en algunos de los testimonios de Villavicencio. Ese perdón ya fue desde un principio otorgado a todos por el Dios Misericordioso. Incluye también otras nuevas formas de justicia, para la que se ha acuñado ya el nombre de transicional, que supone todo un proceso de creativas formas de resarcimiento de los daños causados, mucho más eficientes de cara al objetivo de la reconciliación. Los acuerdos de La Habana, refinados después de haber perdido por un pelo el referéndum, pueden haber ayudado a ello.

Esto nos lleva a otro tema relacionado con el pontífice Francisco. Cuando él era solo el obispo e incluso el cardenal Bergoglio, se lo asoció más con la entonces llamada “teología del pueblo” (TP) e incluso los “teólogos del tercer mundo” (T3M), presentes en Argentina desde antes de la naciente “teología de la liberación”. En Argentina no se asociaba tanto a la TP o a los T3M con el marxismo, pero pese a ello no era menos política pues ya se las asociaba bastante con el peronismo.

No sobra tampoco un detalle relacionado con Las Oraciones a quemarropa de Luis Espinal; en la 11, titulada “Comunismo” (p. 29 en su última edición, con ocasión de la visita del papa Francisco a Bolivia), deja abierta la pregunta: “Tal vez habrá que pasar el Mar Rojo para llegar a la Tierra Prometida. Tal vez, Tú, Señor, estás con ellos”. En cambio pocas páginas después, en la oración 13 (pg. 31), titulada “Ateos”, no le queda duda: “Estamos tristes por ellos. Gritan para espantar su tristeza, se ahogan en la noche sin tiempo y sin estrellas.  ¡Y son nuestros hermanos!”. Dicho de otra forma: se puede ser comunista pero creyente, como se intentó en Nicaragua. Lástima que Espinal no escribiera otra oración sobre los “agnósticos” honestos, que siguen buscando sin tomar una posición dogmática.